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martes, 27 de mayo de 2014

El silencio entre dos balas
















Pero ellos no quieren oírlo.
No quieren oírlo.
No quieren oírlo.
Gastarán saliva,
tiempo, espacio
y sangrarán el sufrimiento ajeno,
harán cualquier cosa,
cualquier cosa
con tal de no saber.
Lo negarán todo.
Y esa noche dormirán tranquilos,
muy tranquilos,
porque no han hecho nada,
porque sólo han dicho su opinión,
y eso es bueno,
oh, tan bueno,
ser ellos es maravilloso.
Qué buena debe de ser la vida
cuando la sangre de tus víctimas
sabe a azúcar y a ego
y puedes untarla en tus tostadas
y rellenar con ella esa almohada
sobre la que esta noche duermen
tranquilos, tan tranquilos.
Porque no quieren saber.
"¡Oh, yo no hice nada!"
con los dientes rojos de sangre,
"¡Oh, yo soy un buen hombre!"
sentados en un trono de miembros humanos.
No, no hiciste nada,
y por eso están muertas.
No quieren saber.
No quieren saber.
No quieren saber.


En memoria de las víctimas de la matanza de Santa Bárbara.
Cuando alguien me dice "friendzone", dejo de sentirme segura con esa persona.

lunes, 21 de abril de 2014

De personas y de monstruos


Una de las cosas más duras que nos toca aprender es que en el mundo real, allá afuera, no hay monstruos.

Los monstruos viven dentro de nosotros; susurran sus horrores a nuestros oídos cuando callamos, y esperan a que nos durmamos para meternos el brazo por el culo y conseguir sacar lo peor de nosotros. No hay más monstruo que la maldad y la desidia infinitas de que son capaces los seres humanos, y eso es algo que la mayor parte de la gente, por activa o por pasiva, tiene asumido: prueba de ello es el gran éxito que tienen hoy en día las historias (libros, películas, series) en que el lado del bien y el del mal ya no están perfectamente delimitados, historias donde se abunda en la abyección a la que puede llegar una persona hasta entonces perfectamente buena cuando es arrastrada por las circunstancias. Hasta ahí, bien.

Sin embargo, la misma gente que alaba hasta el infinito estas historias por su realismo suele tener dificultades para reconocer otra realidad, hermana de ésta, que en mi experiencia resulta muy dolorosa de asumir: que, dado que en la vida real no existen monstruos, las cosas horribles que ocurren en el mundo las hacen personas que son buenas en algún grado.

"Tengo un amigo que es de España 2000. Es súper buen tío, sólo que… bueno…" Sólo que odia a los inmigrantes y al colectivo LGTB y se lo pasa genial humillándolos y luchando para que el gobierno les niegue derechos básicos. Un pequeño fallo de carácter. "Pero luego tiene amigos que son de México, ¿sabes? Y se porta muy bien con ellos". Y estos amigos comprenden que, obviamente, el fascista en cuestión es una buena persona. Vamos, ¡ha estado con ellos en la misma mesa y no les ha reventado la cabeza con un bate!

Y lo más incómodo de este caso es que probablemente, en varios aspectos de su vida, sean, en efecto, buenas personas. Muchas veces nos cruzamos con información sobre Hitler, la cara del Mal por antonomasia en la cultura occidental: que era vegetariano, que estaba muy enamorado de Eva Braun, que era encantador con los niños. Y la gente flipa. "¿Has visto? ¿Has visto?" Hay una dislocación terrible en esta imagen: ¿cómo ese engendro del mal que todos odiamos podía ser tan bueno en la vida privada? Se hacen muchas bromas sobre esto; todos hemos dicho alguna vez lo de "un día voy a matar a alguien y saldrán mis vecinos en la tele diciendo que era muy bueno y que siempre saludaba". Se hacen bromas, pero raramente se hace uno cargo de lo que ello implica.

Si en este mundo no existen los monstruos, entonces, las personas que cometen los peores crímenes son iguales a nosotros. No pertenecen a una depravada especie aparte, no hay una muralla infranqueable que nos separe a nosotros, la "buena gente", de esos degenerados. Los violadores tienen mamá y papá, los asesinos son los mejores amigos del mundo, los genocidas se enamoran. Son personas. Y para muchos de nosotros, esto resulta insoportable; ¿cómo creer que pertenecemos a la misma especie, al mismo grupo que esos engendros? ¿Cómo pensar que podrían ser nuestros amigos, nuestros hijos, nuestra pareja, que podríamos ser nosotros?

Ah, pero el caso es que lo somos. La capacidad de sentir amor, la ternura, la bondad desinteresada no siempre excluyen la crueldad y la malicia. Y nadie está a salvo de ello. Una sociedad que tilda la maldad de "locura" (estigmatizando, de paso, a los enfermos mentales), que desestima a los perpetradores como "monstruos" y se atrinchera en la falsa seguridad de que "su" gente (ellos mismos) jamás haría tal cosa, contribuye al silencio y a la pervivencia de la violencia de cualquier tipo, pues no la reconoce cuando la ve en el rostro de sus seres queridos, y la deja medrar sin una segunda mirada. "¿Mi niño? Mi niño no mataría una mosca". Nunca, JAMÁS hay que olvidar que podríamos ser nosotros; nunca jamás hemos de dejar de ser críticos, con nuestro comportamiento, con el de aquellos que amamos, pues nadie está mágicamente exento de dañar y destruir, y una buena intención no sirve para devolver una vida robada.

Los monstruos de que nos advirtieron en la niñez están dentro de nosotros. Pero sólo saldrán a matar si nos negamos a luchar contra ellos.

martes, 25 de marzo de 2014

Tú eres el adulto aquí


"'Oh, es que era tan sexy, ¡si lo estaba pidiendo! Oh, sólo era técnicamente una niña, se comportaba como una mujer'. ¡Qué fácil es echarle la culpa a una niña, ¿no?! Sólo porque una niña sepa imitar a una mujer, no significa que esté preparada para hacer las cosas que una mujer hace. Vamos, ¡tú eres el adulto aquí! Si una niña está experimentando y dice algo coqueto, la ignoras. No la animas a seguir".

(Ellen Page en "Hard Candy")

lunes, 3 de febrero de 2014

"A mí me gusta el humor negro, si a ti no te gusta no mires, pero no me censures".

Oh. Oh, cuánto lo siento. ¿Acaso te incomodé con mi exigencia de respeto? ¿Te molestan mis lágrimas y mi humillación? ¿Por ventura mi puto estrés post traumático ha perturbado en medida alguna tu sacrosanto derecho a echarte unas risas a costa de otros?

Mil perdones. Mil excusas. La próxima vez iré a sentirme como una mierda a otro rincón para que no tengas que recordar que eres una persona horrible, para que ni siquiera tengas que replantearte tu vida y tus privilegios; la próxima vez me callaré para que no sepas que no, no eres un un buen tío.

OH DIOS, TE VAS A IR A LA MIERDA. TE VAS A IR TANTO A LA MIERDA QUE VAS A TRASCENDER LA MIERDA Y VAS A CONOCER LOS MÁS RECÓNDITOS INTERSTICIOS DEL PROPIO CONCEPTO DE LA MIERDA. TE VAS A IR TANTO A LA PUTA MIERDA QUE ACABARÁS POR HACER LA VUELTA COMPLETA Y A DARTE CUENTA DE QUE LA MIERDA ERES TÚ.

Buenas noches, Valencia.

jueves, 21 de noviembre de 2013

Carencias en la educación y puñetazos en la boca

Mi entorno está lleno de pseudo-progresistas. Niñatos blancos heteros que, cuando toca exigir laicismo en la educación, criticar religiones en general, exigir dimisiones o tocar a rebato por acciones fascistas, se desgañitan vivos. Pero en cuanto hablas de desigualdad de género, de derechos LGTB, de la cultura de la violación, del racismo institucionalizado, de todos esos putos privilegios que se les caen por las orejas por el mero hecho de ser hombres, heterosexuales y blancos y vivir en el puñetero primer mundo, te mandan a la mierda a una velocidad de vértigo. "¿Día del orgullo gay? ¿Para qué? Ni que estuviéramos en el franquismo" "Pffff, el día de la mujer trabajadora; si ya podéis votar y trabajar, ¿qué más queréis?" "Tío, yo no soy racista, pero los gitanos son así, que no se integran".

Una persona no tiene la culpa de haber nacido en un ambiente privilegiado, ni de tener las cosas fáciles.

Sí que la tiene cuando da sus privilegios por hechos y les dice a otros grupos menos afortunados lo que deberían necesitar/querer/sentir/exigir.

Y desde luego también la tiene cuando se comporta como un capullo insensible.

Ya vale.

domingo, 19 de mayo de 2013

Agresión sexual


Mas no hubo simbolismos,
moral, Biblia o código penal
que atenuara lo que pasó,
ninguna leyenda ni suicidio ritual;
sólo la realidad fea de una carne humillada,
de un cuerpo robado,
de un dolor que iba más allá de la vagina escarnecida
y se asentaba en la voluntad que no fue,
la sensación atroz de no ser,
de no contar,
de no importar más que como objeto de burla,
como un juguete entre las zarpas
de un Chesire misógino.
No te lo tomes así, mujer.
Es una broma.

sábado, 11 de agosto de 2012

Make magic

Gente, he descubierto el truco mágico para convertir este mundo en un lugar libre de guarras. Yep. Esas zorras/furcias/putas que tanto nos molestan. Yo ya he empezado a practicarlo. Y vosotros también podéis hacerlo, a partir de ahora mismo.

Es muy fácil. Mirad a una mujer, a la que sea. A la que se acostó con tu mejor amigo en lugar de contigo. O  con cualquiera que no fueras tú. O qué coño, contigo también, aunque no fuerais novios. O a esa exnovia que te hizo daño. O a la exnovia de tu novio. O a esa por la que tu exnovio te dejó. O a esa que se acuesta con más chicos que tú. O a la que lleva minifalda y tacones, o a la que lleva escote. O a la que baila tan sexy en la discoteca. O a la que trabaja acostándose con hombres que están dispuestos a pagar por ello. O a esa que es tan guapa (o está tan buena) que sus rasgos resultan puro sexo. A esa que te pone tanto que no puede ser más que una guarra. A cualquier mujer, en realidad, sobre todo si la has juzgado sexualmente, aunque no es necesario. Cualquier mujer vale.

¿Listo?

Perfecto.

NO LA LLAMES GUARRA.

Et voilà.


Inspirado por esta entrada de Mookychick.

jueves, 14 de junio de 2012

Shut the fuck up

Cuando tienes quince años y eres virgen, las voces dicen "no tienes que hacer nada que no quieras, tu cuerpo es tuyo". Y también dicen "da igual lo que hagan tus amigas, tienes derecho a decir no". Y dicen "si él te amenaza con dejarte si no accedes, no te quiere", y "nadie puede obligarte, la decisión es tuya".

Cuando ya has perdido la virginidad y has crecido, las mismas voces te dicen "¡Egoísta! ¿Cómo puedes quitarle a tu marido la ilusión de un hijo?" y "tú no eres quién para decidir si quieres tenerlo o no" y "ya verás cuando crezcas cómo querrás tener uno". Y también "no digas tonterías, todas las mujeres lo hacen". Y también "si él quiere tenerlo, lo tendrás". Y a nadie le importa.

Pues tengo algo que deciros: mi cuerpo sigue siendo mío, da igual cuántas malditas pollas haya acogido, da igual con quién elija compartir mi vida, da igual mi plan de futuro. Este cuerpo es mío y de nadie más, y sólo yo puedo decidir sobre él. Mis pechos me pertenecen, mi vagina y mi útero también, y si lo tratasteis como un vaso de pureza cuando estaba sin estrenar, y si lo alabasteis como un receptáculo sagrado ante la posibilidad de un embarazo, lo seguiréis tratando con respeto ahora que yo elijo. Porque sólo yo puedo hacerlo. Porque yo soy mía.

martes, 23 de noviembre de 2010

De una de las múltiples facetas de la estupidez

Imaginemos la siguiente escena: una jovial estudiante de Historia da vueltas por la zona de audiovisuales del Corte Inglés, buscando cierto dvd que no aparece ni debajo de las piedras. Nadie le sabe dar razón de él. Así que mientras se retira con el rabo entre las piernas, pasa por delante de la sección de libros. La estudiante piensa "bueno, echar un vistazo antes de irme no hará daño" (la última vez que pensó eso llegó dos horas tarde a casa, pero bueno, ella es feliz engañándose). Pasea la estudiante. Novela rosa, imitaciones de Crepúsculo más rancias que la original si cabe, imitaciones de Millenium más o menos afortunadas, la última novela de Vargas Llosa...

En su deambular la estudiante acaba, cómo no, hojeando los libros con una aberrante desvergüenza. Pero todo crimen siempre tiene su castigo. Así que leyendo la contraportada de un libro, la jovial estudiante se encuentra más o menos con lo siguiente: "Este valiente libro pretende ser un caballo de Troya contra la falacia de la sociedad multicultural, desvelando la imposibilidad de convivir con una cultura, la musulmana, incapaz de asumir las libertades..." El gesto de la jovial estudiante se hiela en el aire y baja el libro muy despacio. Presa de una horrible sospecha, mira a su alrededor y descubre que ha sido rodeada de forma infame. Coge otro con las manos temblorosas y lee. "En defensa de la sociedad cristiana occidental, la única capaz de garantizar los derechos fundamentales". La jovial estudiante, ahora no tan jovial, deja el libro con las manos temblorosas y aún se atreve a coger otro. "Chueca no es Teherán, y es momento de decirlo sin tapujos y sin velos. No podemos permitir..." Horror. La estudiante se aleja de allí presa del pánico, con el corazón latiéndole a mil por la indignación.

"Relájate" se dice a sí misma. "Piensa en algo bonito. O mejor, ¡lee algo bonito!" Su mirada se posa sobre un libro gruesísimo, de tapa dura, con una lujosa sobrecubierta. "Historia total de España. Mira, esto estará bien". Abre el libro y, como le han enseñado en la facultad, lo primero que hace es mirar el índice.

"Capítulo cuatro: la pérdida de España y la catástrofe islámica".

La jovial estudiante se echa a llorar.



Por desgracia, la escena es verídica. No había manera de encontrar el puto dvd de El Misterio del Príncipe, y además tuve que sufrir tamaños insultos a mi inteligencia. Menuda tarde. Está visto que si nos descuidamos y somos demasiado amables, los moros nos invadirán, nos arrancarán el clítoris, nos pondrán burqas, nos prohibirán ducharnos y nos obligarán a rezar a su pérfido dios.

(nótese la ironía)

Realmente, no entiendo ese pánico que ha cundido últimamente por la inmigración, sobre todo desde que estalló la crisis. Todos sabemos que los seres humanos, especialmente si se han formado poco o nada, encuentran particularmente fácil culpar de sus problemas a los extranjeros en cuanto empieza a apretar un poco el cinturón. Máxime si esos extranjeros son de otro color, otra forma, se visten diferente, huelen diferente o vaya usted a saber (no he visto a nadie maldiciendo a los jubilados ingleses y alemanes que están arrumbados en Benidorm chupando del bote y sin mover un dedo). Claro que por mucha tendencia biológica, antropológica o lo que sea que pueda ser, no es excusa. Además, no sé si os habéis dado cuenta de que el pánico y las críticas se centran sobre todo en la comunidad islámica. A los chinos se les ha criticado mucho por su filosofía del trabajo, contra la cual los indígenas no pueden competir. A los latinoamericanos y los de Europa del este también se los menta, normalmente para asociarlos de forma malintencionada con la delincuencia desde los medios. Y los subsaharianos también empiezan a tener presencia en las grandes ciudades, les guste o no a algunos. Pero con los árabes... con los árabes la gente la tiene. Sencillamente la tiene. No se me ocurre otra explicación.

Hará cosa de un año, en Suiza se votó en un referéndum que se prohibiera la construcción de mezquitas con minarete. Todo muy en consonancia con ese pánico a la "invasión musulmana" que está recorriendo Europa... si no fuera porque en Suiza sólo hay CUATRO mezquitas con minarete. En TODO el país. Y Suiza no será demasiado grande, pero tampoco es Mónaco. Personalmente entiendo que la gente se pueda asustar cuando los cambios aparecen de buenas a primeras, pero no hasta ese punto. Y aún se asustan más: todos estamos hartos de oír hablar del maldito velo islámico en la televisión y de que si se puede poner o no poner en el colegio. Y yo aparte estoy harta de los ignorantes que se llenan la boca insultando pero no saben distinguir un burqa de un hiyab, pero ese es otro tema. ¿Qué le pica a la gente con el velo, me pregunto?

Hasta donde yo sé, la costumbre de las mujeres musulmanas de taparse la cabeza viene de mucho antes del nacimiento de Muhammad: era una manera de distinguir a aquellas miembros de la nobleza tribal árabe (mujeres libres) de aquellas que no lo eran, y de las esclavas. Tras el comienzo de su predicación, pasó a ser una manera de distinguir a las creyentes de las no creyentes. Sin embargo, los versículos del Quran de los que se deduce que taparse por completo ha de ser imperativo para la mujer musulmana, son ambiguos y normalmente se ha traducido como "velo" palabras que en un principio también pueden significar "cortina", "chilaba" y otras variantes. Ha sido la interpretación, como siempre, la que ha convertido este código de vestir en una norma religiosa. Además, poco eco se hacen los medios de que los velos tradicionales dejaron de llevarse en muchos países islámicos durante el auge de los movimientos panarabistas y las oleadas de modernización laica que se sucedieron en las décadas de los 50 y 60, en países como Egipto, Irán o Turquía (de hecho, hoy en día en Turquía es perfectamente normal ver a una mujer con niqab andando al lado de una con pantalones cortos). Pero estos movimientos fracasaron: las reformas agrarias no pudieron llevarse a cabo y los recursos continuaron en manos de las oligarquías de siempre. Ante este batacazo, los países islámicos buscaron una opción política nueva, algo totalmente alejado de los modelos occidentales que se habían revelado tan inútiles, y así surgió el Islam como opción política moderna, y así apareció el hiyab moderno que vemos en las calles, creado en las décadas de los 70 y 80 como símbolo de la nueva identidad musulmana. El hiyab, más que un imperativo religioso, es una convención cultural.

Veamos: detesto la idea. El tiempo en que el velo en la cabeza distinguía a una mujer libre y respetable de una esclava ya ha pasado, y hoy en día está más relacionado con la exclusión de las mujeres del ámbito público. No lo haría voluntariamente. Y ojalá ellas no lo hicieran. Pero ¿sabéis qué? NO ES ASUNTO MÍO. Y eso es algo que los políticos y los aterrorizados ciudadanos no entienden. A mí no me parece bien, tampoco, que a las mujeres se nos haga sentirnos obligadas a ser guapas, delgadas, a estar siempre maquilladas y lampiñas, a llevar taconazos y a ponernos minifalda aunque haga un frío del copón. Pero hay chicas que lo hacen, y por mucho que me disguste, es su vida, no la mía. Tampoco me gusta que la gente mezcle la carne con fruta, pero no le tiro el plato a la cabeza a los que disfrutan del melón con jamón, simplemente no lo como. Así debería ser con todo. La gente se rasga las vestiduras con el tema del hiyab, se tira ceniza en la cabeza y entona lastimeros cánticos que hablan de la degradación y discriminación de las mujeres, sin poder entender que sean ellas mismas las que eligen llevarlo.

Lo cierto es que no me trago sus supuestamente nobles propósitos a la hora de prohibir estas cosas. No me trago que les importe una mierda la igualdad a ellos, que se llenan la boca hablando de la equidad semántica y luego arrugan el morro cuando ven a una mujer que no se depila o se defiende con las manos. Yo creo que lo que tienen es miedo. Miedo de lo que es diferente, de que las cosas que siempre han sido cómodas y conocidas para ellos cambien, y del esfuerzo que les supondría adaptarse. Miedo de tener que esforzarse por entender. Miedo de comprender que esa diferencia que siempre los ha hecho sentirse tan seguros no es tal, de que debajo de ese pañuelo haya un cerebro como el suyo. Tienen, resumo, el mismo miedo que tienen los heterosexuales gallitos de que les toquen el culo, hablando en vulgar. ¿Miedo a dormir o a despertar? Machado ya se la sabía, a comienzos del siglo pasado.

Cualquier padre de adolescentes sabe que la mejor manera de conseguir que la gente haga algo es prohibírselo. Así consiguió Federico II que el pueblo prusiano comiera patatas: se conoce que les daba grima comerse aquellas cosas con pinta de tumores, así que su majestad simplemente las sembró en sus Huertas Reales y colocó a la guardia a vigilarlas. Antes de que se dieran la vuelta ya tenían a los desconfiados súbditos robándolas. Con estas costumbres va a ocurrir lo mismo, no hay que ser un genio para verlo. Ahí tenemos el ejemplo de Francia y Gran Bretaña, países ya viejos en este tema de recibir inmigración y que sin embargo no han sido capaces de adoptar políticas que permitan crear una sociedad plural. Hoy en día, hay una buena cantidad de jóvenes de mi edad en Francia que han ido a los mismos colegios, liceos y universidades que el resto, pero que son tratados con desconfianza y tienen muchas menos oportunidades en el mercado laboral porque se llaman Ahmed o Fadoua y sus padres (o abuelos) eran de Argelia. Esos chicos son franceses. O británicos. Tienen DNI y pasaporte. Pero no se les trata igual. Y la mayoría vive en ghettos de la periferia, donde muchas veces se dan "asesinatos de honra" y otros tipos de violencia. Chicos de ese tipo fueron los que pusieron las bombas en el metro de Londres. No eran "moros locos", vestidos con chilabas y recién salidos de una madrasa con el seso sorbido. Eran chicos como yo.

¿Por qué pasan estas cosas? Mi profesor de Geografía Humana (todo un profeta de nuestro tiempo que cada miércoles y viernes a mediodía sube al estrado con sus gafillas de tortuga galápago y suelta las más terribles verdades sin perder la calma) tiene una respuesta lapidaria: al ver la desconfianza de sus semejantes, su desigualdad, su incapacidad para salir del ámbito de los "inmigrantes" a pesar de tener la nacionalidad y de ser tan europeo como cualquiera, esos jóvenes piensan: "¿No queréis que sea británico, o francés? Muy bien. Seré musulmán". Por eso se aferran tanto a sus costumbres, por eso se niegan a adoptar otros códigos de vestir, a comer diferente, a mimetizarse con esta cultura. Se sienten agredidos por el hecho de que nosotros nos sintamos agredidos por ellos. Y así nunca acabamos.

Además, ¿quién no se sentiría así? Yo no aparezco en las estadísticas de inmigración porque he tenido la doble nacionalidad desde que nací, pero no creo que eso desmerezca el hecho de que emigré. Tenía diez años cuando mi familia y yo nos marchamos de Perú y vinimos a vivir a Valencia, y siento decirlo pero el piso sesentero de mis abuelos en Alfara del Patriarca (3.000 habitantes -.-) no era precisamente la Europa intelectual y glamourosa de la que me habían hablado. Me sentía sola, había perdido mi casa de siempre, a mis amigos y a casi toda mi familia, y estaba en un país extraño donde o hacía demasiado frío o demasiado calor, la gente gritaba sin motivo aparente y soltaba palabrotas como si tal cosa. Los niños del colegio se pegaban, tiraban los bocadillos por los aires y escupían; yo venía de un colegio privado muy caro, imaginaos el horror. Y por si no era suficiente, la gente me trataba como si fuera estúpida, me hacía preguntas ignorantes sobre qué idioma se hablaba en Perú, me insultaba, se reía de mi acento. Llego a ser de otro color y aquello habría sido el infierno. Id a decirle a esa niña asustada y enfadada que no era inmigrante, que era española de toda la vida, a ver cómo se ponía. Recuerdo claramente la furia y la impotencia de esa época; son la razón por la cual, a pesar de que mi vocabulario y mi entonación son españolas, sigo seseando, y no pienso dejar de hacerlo. "¿No queréis que sea una de vosotros? Seguiré siendo peruana".

Y sin embargo, no. No, no y no. Que no se pone pañuelo en el colegio. Que no se reza mirando a la Meca. Que no se construyen minaretes. Podemos comer comida china y bailar reggaetón, pero morerías no. ¿Quién tiene la culpa de todo esto? ¿Los políticos, que como siempre hablan por los codos y no hacen nada? ¿Los obreros que miran con odio a aquellos que, ellos creen, les roban su trabajo y su puesto en la Seguridad Social? (cosa que es una falacia, no hay más que mirar las estadísticas). ¿Esos historiadores, como el autor de aquel libro tan gordo, que se avergüenzan de su pasado islámico y soslayan siete siglos de historia hispánica con un "nos quitaron España y la recuperamos"? España ni siquiera existía por aquel entonces. Y eso es algo que parece que algunos nunca asumirán.

De verdad que no entiendo el miedo. Entiendo el deseo de tener una identidad; es común a todos. Todos deseamos ser nosotros y le enseñaremos los dientes al que intente impedírnoslo. Pero no veo la amenaza en que se instalen familias extranjeras buscando ganarse la vida como buenamente puedan, huyendo de las dificultades económicas de sus países de origen. Yo he vivido eso. Yo, que iba a uno de los colegios privados más caros de Lima, acabé estudiando un curso entero que mis padres no pudieron pagar; mi padre, graduado en Derecho por una prestigiosa universidad privada, trabajó el primer año en Valencia conduciendo un tractor por la Huerta. Eso es algo que la gente no ve, pero para verlo es tan fácil como acercarse y preguntar: por eso no entiendo el miedo. No entiendo ese miedo a que los extranjeros nos roben nuestra identidad. Nosotros somos más amenaza para ellos de lo que ellos lo son para nosotros. Y si nos ponemos nostálgicos y patrióticos, ya va siendo hora de que estemos un poco menos orgullosos de la ínfima escaramuza territorial que fue Covadonga y un poco más orgullosos de Maimónides, Ibn al-Abbar y Averroes. Sólo para igualar las cosas.

Además, siendo sincera, aunque realmente las identidades culturales se diluyeran, aunque las diferencias se hicieran menos visibles, no veo la gran tragedia en eso. Maldita manía que tenemos los seres humanos de basar nuestra identidad en la contraposición de la de otro. Yo soy mujer, tú eres hombre. Yo soy hetero, tú eres gay. Yo soy cristiana, tú eres musulmán. Yo soy blanca, tú eres negro. Lo cual es estúpido porque yo no soy blanca, soy beige, y tú no eres negro, eres marrón, y después de tantos años ya podríamos ir superando el puto vicio.

El día en que dos personas estén lado a lado y uno no pueda decir con seguridad si uno reza así y el otro al revés, si uno habla tal y otro habla cual, si uno come esto y el otro se niega, ese día no habremos perdido absolutamente nada. Ese día habremos triunfado.

miércoles, 14 de julio de 2010

Verano en Valencia


Ya han vuelto el verano y su ardiente canícula. Vuelven los estudiantes de vacaciones, el sudor impenitente, las cigarras en la casa del pueblo a la hora de la siesta. El olor a cloro y los gentíos insufribles de las piscinas públicas, los niños meándose y la arena por todas partes después de un día de playa. Las insolaciones que te tienen jodido varios días. Las juergas salvajes que acaban con vómitos en el cauce del río y la cabeza dentro de una fuente. Vuelven los bañadores, los pantalones cortos y los tirantes.
Es verano y la gente se despechuga, y cómo no, yo también. Después de lo que parece una eternidad encerrada en casa estudiando, notar el sol sobre mi piel es la gloria. Vuelvo a descubrir que tengo un cuerpo bajo la ropa, y me alegro. Esto va por todos aquellos que no quieren que lo haga.

Que viva cada centímetro de mi cuerpo. Que vivan mis cartucheras, las estrías que me cruzan el pecho y los muslos, y los tres rollos de mi barriga. Que vivan mis pechos caídos, mi pelo-estropajo, mis sobacos peludos y el caballete de mi nariz. Que vivan mi papada, mi cicatriz de la apendicitis y la celulitis de mis piernas. Viva yo, coño, por una vez en mi vida. Estoy buenísima y no podéis convencerme de lo contrario. No haréis dinero de mi miedo. Soy la hostia. Amo mi cuerpo y me gusto tal y como soy.

Todo vuestro dinero no puede comprar eso. Jodeos.

domingo, 23 de mayo de 2010

¡Cállate!


Tú.

Tú que crees saberlo todo sobre todos y no tienes ni puta idea. No puedes decirme lo que tengo que hacer.

Tú, que juras hablar con los dioses y no les conoces ni por asomo. Dudo que los dioses se molestaran en hablar con alguien tan arrogante como tú.

Tú, que te has pasado siglos acusándome de ser la serpiente del mal y que ahora juras que me crees incapaz de hacerme un dedo.

Tú que negaste a los matrimonios el derecho a disfrutar de su cama, hasta expulsar al hombre del lecho y arrojarlo a los burdeles mientras la mujer se arrodillaba sobre garbanzos en el confesionario.

Tú, que te callas como un cabrón pero sigues pensando que mi lugar está en la cocina.

Tú que acusas a personas enamoradas de perversas y asquerosas mientras abusas de niños inocentes.

Tú que preconizas el amor por encima de todas las cosas y luego te das el lujo de mandarnos cómo hay que amar y a quién. Tú no sabes nada del amor.

¡Tú! ¡Víbora!

No puedes decirnos quiénes somos ni qué debemos pensar. Mírate debajo de la sotana; tal vez encuentres al Diablo enroscado.