miércoles, 14 de julio de 2010

Verano en Valencia


Ya han vuelto el verano y su ardiente canícula. Vuelven los estudiantes de vacaciones, el sudor impenitente, las cigarras en la casa del pueblo a la hora de la siesta. El olor a cloro y los gentíos insufribles de las piscinas públicas, los niños meándose y la arena por todas partes después de un día de playa. Las insolaciones que te tienen jodido varios días. Las juergas salvajes que acaban con vómitos en el cauce del río y la cabeza dentro de una fuente. Vuelven los bañadores, los pantalones cortos y los tirantes.
Es verano y la gente se despechuga, y cómo no, yo también. Después de lo que parece una eternidad encerrada en casa estudiando, notar el sol sobre mi piel es la gloria. Vuelvo a descubrir que tengo un cuerpo bajo la ropa, y me alegro. Esto va por todos aquellos que no quieren que lo haga.

Que viva cada centímetro de mi cuerpo. Que vivan mis cartucheras, las estrías que me cruzan el pecho y los muslos, y los tres rollos de mi barriga. Que vivan mis pechos caídos, mi pelo-estropajo, mis sobacos peludos y el caballete de mi nariz. Que vivan mi papada, mi cicatriz de la apendicitis y la celulitis de mis piernas. Viva yo, coño, por una vez en mi vida. Estoy buenísima y no podéis convencerme de lo contrario. No haréis dinero de mi miedo. Soy la hostia. Amo mi cuerpo y me gusto tal y como soy.

Todo vuestro dinero no puede comprar eso. Jodeos.

domingo, 4 de julio de 2010

Et le printemps va vindre

Un rumor de cascos atravesaba la humedad helada de la madrugada. En la ciudad aún adormecida, el ruido de las uñas del caballo rompiendo el barro congelado, y su respiración acelerada podían oírse casi desde todas partes dentro de la muralla. Los artesanos que despertaban con el alba para cumplir con sus obligaciones sabían que sólo alguien muy importante podía haber conseguido que se le abrieran las puertas del oeste a esa hora del día. Debía de ser un embajador, o un mensajero de otro ducado.

Cuando el caballo pasó al galope por su calle, Gwenna se asomó por detrás de la grupa de la vaca y entrevió al desconocido montado que pasó como una exhalación bajo la luz de la vela con que iluminaba el establo. Debía de ser el mensajero. La comitiva llegaría con la mañana. Gwenna esbozó una sonrisa de satisfacción y volvió a ordeñar a la vaca. Había llegado el día.


Estoy embarazada otra vez, y esta vez será un parto múltiple. Siento fastidiarle la frase a Barney Stinson, pero esto va a ser... épico.