domingo, 19 de diciembre de 2010

Wasting the Dawn


























Cuando desperté, sentí que todo mi cuerpo se quejaba como si hubiera recibido una paliza. Y no era del todo imposible que eso pudiera haber pasado, ya que no recordaba nada de la noche anterior. No al menos a partir del tercer cubata. El resto eran imágenes, una sensación constante: el ambiente lleno de humo, la lengua seca, sabor a cerveza y a vómito en la boca, polvo blanco sobre la tapa del inodoro, charcos en el suelo, golpes que no dolían, manos por todas partes, sangre en la nariz porque un puto grumo me había cortado. Sensaciones. Un estado permanente de gilipollez. Algo así recordaba.

El suelo estaba frío, y yo seguía teniendo la lengua muy seca. Incluso mis labios se habían pegado. Traté de moverme. ¿En qué posición estaba? Ni siquiera estaba segura de si había luz o seguía estando oscuro; probablemente mis ojos lo veían, pero mi cerebro no podía entenderlo. Me estiré, descubriendo que estaba tumbada de lado, exactamente sobre mi brazo derecho, tan entumecido que no lo notaba en absoluto. Aquello iba a doler como el infierno cuando la sangre volviera. Forcejeé para sacarlo de debajo de mí, pero mi cuerpo pesaba como el plomo y era torpe como la gelatina. Sentí náuseas. Al final caí sobre mi espalda, liberando mi brazo, pero mi cabeza rebotó contra el suelo y la migraña constante que llevaba sintiendo desde que desperté llamó mi atención con un latigazo de dolor. Gemí. Dolor. Dolor por todas partes. En la cabeza, en la garganta, en el estómago, en la espalda, en las piernas y entre ellas. Noté un trallazo desgarrador entre las nalgas y maldije. De puta madre. Otra vez.
Las náuseas eran cada vez más fuertes. Si seguían así y yo seguía boca arriba, sin moverme, en nada estaría ahogándome en mi propio vómito. La indiferencia con la que acogí el pensamiento no me sorprendió. Decenas de veces me había encontrado en la misma situación, y nada había pasado. El hecho de que esta vez pudiera ser distinto o no era irrelevante. Morir, no morir… bah. Tuve una arcada justo cuando intentaba bufar y noté que la saliva me salpicaba la cara. Como si me importara. Como si a alguien en el puto mundo le pudiera importar. Una menos, ¿qué más daba? No nacemos para nada, así que es tontería morir por algo. Muerta al menos no me dolería tanto la cabeza…
Oí un silbido. Cerca de mí había una puerta, y acababa de abrirse. Eso significaba que había luz, porque sin mover los ojos podía ver la parte de debajo de la hoja y unos zapatos que se movían junto a ella. Había alguien. Pero mi cerebro no computaba la diferencia. Cerré los ojos y dejé que las náuseas y los mareos me arrastraran a un lugar donde no había puertas, zapatos que se movían, ni muerte, ni nada, sólo una asquerosa sensación de agonía. Funcionó bastante bien. Al menos hasta que ese alguien decidió molestarme agachándose a mi lado. Percibir la cercanía de otro ser bastó para agravar el malestar. Mi estómago dio un salto y decidió no volver a bajar.
En el momento en que el vómito me subió por la garganta, acompañado de convulsiones, noté una mano en la mandíbula y otra en los riñones, haciéndome girar con decisión hasta volver a colocarme de lado. No me ahogué. Sólo seguí convulsionándome hasta que toda la mierda de mi estómago estuvo justo a mi lado, sobre el suelo. La palabra veneno apareció en mi cabeza. Las manos volvieron a asirme y me arrastraron lejos de toda aquella inmundicia, y volví a ver el techo; había algo blando bajo mis hombros, levantándome la cabeza. Pude ver las paredes de la habitación vacía, y la puerta. Y a un hombre que estaba allí.
Lo primero que vi de él fue su pelo largo y liso, muy oscuro, tapándole la cara inclinada. Estaba examinando una mancha de sangre en mis pantalones, como asegurándose de que no venía de ninguna herida. Yo no sabía si era de mi nariz, de mi regla o de un jodido aborto, sólo quería que dejara de tocarme.
-Ugh.
Levantó la cabeza. La luz del fluorescente del techo reflejó en el blanco de su piel. Me dolieron los ojos, y también la cabeza. Gemí y traté de levantar un brazo para taparme, pero ninguno respondió. Sólo una convulsión en los dedos. El hombre me miraba fijamente. Tenía unas ojeras violetas y estaba rematadamente delgado. Se estaría muriendo de hambre, me dije. Me miraba con hambre. Pero también con compasión. Estaba muy tranquilo.
-¿Cómo te encuentras, ma chérie?
Su voz era muy suave. Algo se movió en mi mano: la suya, acariciándome los dedos. La piel me picó con un escalofrío. Demasiado intenso. Mi mano saltó sin control otra vez, intentando alejarse de él. Volví la cabeza. Ahora no quería estar con nadie, fuera quien fuera. La voz y el contacto de un ser humano bastaban para ponerme enferma.
-Eh…
-Está bien, está bien. No te muevas. Pronto estarás mejor
Gruñí, tratando infructuosamente de encontrar las palabras para mandarlo a la mierda, y golpeé el suelo con la mano.
-Oh, no. No te esfuerces. Tranquila, preciosa.
Encima. Busqué dentro de mí un “los cojones”, busqué también un “lárgate”, busqué un “déjame en paz” y un “no te pases conmigo”. Pero apenas conseguí producir un sonido que pretendía ser despectivo.
-Ya recuperas las facultades –dijo, sonriendo levemente. Tenía los labios finos y pálidos. Volvió a acariciarme la mano, y la sujetó con suavidad cuando intenté sacudirla de nuevo-. No quiero hacerte daño. Todo lo contrario. Si no, no estaría aquí, hablando contigo.
Su mano subió por mi antebrazo y masajeó mi hombro tenso. La tenía muy fría, pero fue un alivio cuando la apoyó en mi frente. De repente sentí menos rechazo hacia su presencia. Se me escapó un gemidito de dolor.
-Shhh, todo pasará… no sufras –de repente sus dos manos sujetaban mis mejillas y me besaba la frente, acariciándome la cara con el pelo largo-. Pronto todo dejará de dolerte.
Noté sus manos frotándome las piernas entumecidas, y su pelo, sorprendentemente sedoso, escurriéndose por mi cara y mi pecho hasta cubrir mi estómago. Cerré los ojos, tratando de hacer que el mareo remitiera, y noté sus labios fríos dibujando sobre mi vientre un lento beso. Sus manos subieron hasta mis caderas y bajó la cabeza. Sentí la presión de sus labios entre mis piernas, justo sobre mi sexo dolorido.
-Ah, no, eso no –dije, o más bien creo que dije, pues aún tenía la lengua floja y probablemente sólo emitía balbuceos incomprensibles-. Eso no… otra vez no… ahora no…
Me miró fijamente. Yo aún estaba lo suficientemente drogada como para no apartar la vista, y vi cómo depositaba un último beso entre mis piernas, lamiendo la mancha de sangre, demorándose en la caricia, con una dulzura extraña. Otro escalofrío.
-Perdóname, ma belle. No quisiera causarte pesar. Sé que sientes mucho dolor -me apartó el pelo de la cara con un gesto tierno que me recordó a mi madre. Lo cual era curioso porque hacía siglos que no me acordaba de la vieja-. ¿Empiezas a sentirte mejor?
Gruñido. Significaba “no”. Las brumas de mi cabeza empezaban a disiparse, pero la sangre estaba volviendo a bombear en mi brazo derecho, y notaba como si mil agujas estuvieran perforándome la carne. Como si pudiera saber lo que me pasaba, el desconocido me levantó el brazo con mucha delicadeza, lo apoyó sobre sus rodillas y empezó a friccionarlo con sus manos frías, tratando de restablecer la circulación. A pesar del dolor, resultaba agradable. ¿Cuánto hacía que alguien no me tocaba así? Cerré los ojos. No sabía quién puñetas era ese hombre, ni qué hacía ahí, ni por qué estaba tan preocupado por mí; por no saber, no sabía ni cómo había llegado yo a ese sitio. Pero no me importaba. Él podría ser un violador o un psicópata, claro, y yo podría acabar en un contenedor con un tajo de oreja a oreja, en el mejor de los casos. Pero no me importaba. ¿Qué podía hacerme? ¿Violarme? Uh, qué miedo. ¿Matarme? Tanto mejor. Lo único que quería en ese momento era cerrar los ojos y que siguiera acariciándome, pasando la mano arriba y abajo por mi antebrazo, constelado de cortes de navaja.
Caricia. Qué palabra tan extraña en un momento como ese. Las caricias eran escasas en mi vida. Me acordé de todas las veces en las que mi madre intentó tocarme con cariño, pasarme la mano por el pelo, apoyarla en mi hombro, y la rechacé con violencia. Me asqueaba su contacto, por alguna razón su abnegación y su amor incondicional me resultaban insoportables. Sentí pena por ella, de repente. Nunca fui capaz de explicarle lo furiosa que estaba, lo mucho que me odiaba a mí misma, la profunda desconfianza que me inspiraba el resto del mundo. Ella se había ido pensando que la odiaba. Y no, no la odiaba. Sólo me avergonzaba de lo mucho que me quería.
Abrí brevemente los ojos cuando noté que el desconocido estaba cantando en voz muy baja. Era una canción en francés, la típica chanson de letra infinitamente triste que no se sabe si está cantada o recitada. Volví a acordarme de mi madre. Mi madre y sus malditos discos de Jacques Brel, y las larguísimas tardes que se pasaba sentada en el suelo frente al tocadiscos, coreando una y otra vez las deprimentes letras, ásperas por el vinilo viejo. Conseguía que me desesperara. Y sin embargo, ahora, en la boca del desconocido, aquella canción tenía el sonido del hogar largamente perdido, y me hacía sentir reconfortada y menos sola. Lo que era deprimente y triste allí no era la canción, si no yo.

Moi je t’offrirai
des perles de pluie
venues de pays
où il ne pleut pas.
Mi pobre madre. No tenía la culpa de haber parido un engendro. Probablemente en las noches en las que yo me largaba para no aparecer en unos días ella se sentaba frente al tocadiscos a escuchar una y otra vez las mismas tristes canciones, tratando de olvidar que yo estaba perdida ahí fuera, intentando matarme. Y mientras, yo estaba tirada en la nada, empastillándome hasta las cejas para olvidar que ella se estaba muriendo. Al final iba a resultar que no éramos tan distintas.
Acordarme de esa forma de mi madre me sorprendió más que mi indiferencia ante la muerte. Me di cuenta de que, por primera vez en muchos años, estaba sintiendo compasión por alguien que no era yo. Mientras, el desconocido seguía cantando.
Je creuserai la terre
jusqu’après ma mort
pour couvrir ton corps
d’or et de lumière…


Un dedo frío se posó de pronto sobre mis párpados y abrí los ojos con un estremecimiento. El hombre seguía mirándome intensamente, como si me conociera bien.
-Estás llorando, ma chérie.
-¿Qué voy a estar llorando?
Pero era verdad, y él parecía saber que yo lo sabía, porque no me contradijo. La puta resaca. Siempre fui una borracha llorona, todas las personas con las que alguna vez bebí me lo habían dicho. Y en momentos como ese, después de una noche que no recordaba, con todo el cuerpo dolorido, hasta el culo de mierda y sola, me sentía especialmente vulnerable, y me daba por llorar. Lloraba sin sollozos, sin armar ningún escándalo, aunque no había nadie ahí para oírlo. Me avergonzaba de esos momentos de debilidad, de echar de menos a mi madre y de sentirme culpable por haberla abandonado. A ella y a todos los amigos que alguna vez tuve, a una vida que pude tener, a todas las personas que pudieron haberme querido.
Y sin embargo, aquel desconocido, cuyo nombre no sabía y cuya procedencia ignoraba, estaba ahí a mi lado, acariciándome el brazo y secándome las lágrimas, mirándome con algo que, ahora podía ver con claridad, no era compasión, si no cariño. Tal vez me había pasado toda mi vida confundiendo ambas cosas, y huyendo de todos los que habían tratado de amarme, creyendo ver desprecio donde sólo había un ofrecimiento de amistad.
El hombre del pelo largo seguía frotándome el brazo.
-Estás muy fría, ma petite. ¿No quieres taparte?
Negué con la cabeza y aparté la mirada. Necesitaba saberlo.
-¿Por qué? –pregunté con un hilo de voz.
El me sonrió con tanta ternura que se me encogió el estómago.
-Porque estás sola, amor mío, tan sola como yo lo estoy. Porque yo estoy muy solo, y llevo estándolo tanto tiempo que no podrías imaginarlo. Pero hoy te he encontrado. Yo también he cruzado la tierra después de mi muerte, sólo para cubrir tu cuerpo de oro y luz. Ahora lo veo. No llores más, ma reine, todo pasará…
-Cállate ya –se me quebró la voz-. No tienes ni puta idea.
-La tengo. Sé que allá afuera no hay nadie para ti. Nadie a quien puedas acudir. Y créeme, yo tampoco tengo a nadie. Todos a los que alguna vez amé están muertos. Sólo me quedas tú. Tal vez… -me acarició la cara-. Tal vez quieras… venir conmigo. Empezar otra vida.
-No te burles. No sé ni quién eres.
-Puede que yo tampoco sepa quién eres tú, pero eso no importa gran cosa. Ahora mismo, en este mismo momento, los dos estamos infinitamente solos. No hay nadie a quien le importemos en el mundo, nadie que se pregunte por nosotros o que dé un céntimo por lo que nos pueda pasar. Pero estamos juntos y nos tenemos el uno al otro, aquí y ahora. Yo he venido a buscarte y tú me has recibido. Por eso te quiero.
-Gilipolleces.
-Te quiero, y tú también me quieres, petite. Yo no voy a abandonarte, por mucho que intentes que me marche. Voy a quedarme contigo, para siempre.
Se inclinó hacia mí, volviendo a rozar mi cara con su cabello largo y suave, y me levantó del suelo, sentándome en su regazo y rodeándome con sus brazos. El dolor seguía dominando cada centímetro de mi cuerpo, pero cuando apoyé mi cabeza en su hombro sentí un abandono brutal que borró todo lo demás. Confiaba en él. Qué sensación más curiosa. En ese momento no existía la noche anterior, ni ninguna de las noches anteriores, ni todos los errores que había cometido. Lo único que existía y que deseaba era su abrazo, su voz cantando en mi oído y sus manos acariciándome la espalda. Empecé a llorar un poco más fuerte y él respondió besándome; la sien, la oreja, la frente, las mejillas, deteniéndose en mi nariz para lamer el reguero de sangre seca que me había hecho la raya. Me rozó los labios con el pulgar y yo me derrumbé en su pecho. Mi corazón latía tan acelerado que no podía oír el suyo.
-¿Cómo te llamas? –pregunté en un susurro.
-Jacques.
-¿Como Brel?
-Sí.
Qué ironía.
-Ne me quitte pas, Jacques –le pedí con un hilo de voz.
-Je ne te quitterai jamais, ma reine…
Me dejé mecer, con los ojos cerrados, durante un tiempo que me pareció muy largo y muy corto a la vez. Después, Jacques habló de nuevo.
-No queda mucho para que amanezca. Pronto tendré que marcharme. Ma petite, dime. ¿Vendrás conmigo?
Guardé silencio durante un momento, un momento en el que hice recuento de mis últimos años y me di cuenta de que apenas los recordaba. No eran más que una nebulosa en la que no había vivido de verdad, sólo me había arrastrado de día en día. Jacques tenía razón, no tenía a nadie más que a él. Y tal vez fuera verdad, tal vez él tampoco tuviera a nadie más que a mí. ¿Adónde iba a ir, si no?
Asentí lentamente contra su pecho. Noté su aliento metálico en un suspiro de alivio.
-Entonces, ¿vendrás conmigo? ¿Estarás conmigo para siempre? –su voz era trémula. Estaba feliz. ¿Cuándo había sido la última vez en que había hecho a alguien feliz? Una eternidad…
Asentí de nuevo. No quería seguir hablando. Le abracé más fuerte y sentí la piel fría de su rostro contra mi cuello. Luego, sus besos delicados, que hicieron que se me erizara el vello de la nuca, y sus manos en mis caderas. Y luego, algo me perforó violentamente la arteria carótida.
Mis miembros cedieron y me derrumbé entre los brazos de Jacques, sintiendo literalmente que la vida se me escapaba por la herida del cuello. El mundo se oscurecía. Yo me dormía… el suelo volvía a estar bajo mi espalda, pero entre los velos negros que me nublaban la vista vi los ojos brillantes de Jacques, su rostro ahora coloreado por un rubor vital, y sus dientes tintos de sangre. De mi sangre. Supe que me estaba muriendo.
Jacques se acercó a mí y me besó en la boca por primera vez. Paladeé el sabor de sus labios ensangrentados. Era lo más delicioso que había probado nunca. Era comprensible que él lo quisiera. Entonces, me recogió la cabeza en el hueco de su codo y me ofreció su garganta, aquella donde yo había encontrado consuelo y de donde volvía a ofrecérmelo una vez más.
-Hazlo, ma petite. Bésame.
Y lo hice.


Música:
-Wasting the Dawn (The 69 Eyes)
-Ne me quitte pas (versión de Natacha Atlas)

sábado, 11 de diciembre de 2010

A D. José Elías, en 1884

No temo manchar los libros, ni subrayarlos, ni doblarlos, ni gastarlos. Siempre escribo mi nombre en la primera página y los llevo a todas partes: están conmigo en la comida, en la siesta, en la mochila y en el alma. Así es como ha de ser. La virginidad rara vez sirve para algo.

Amo las manchas, las rayas, las arrugas y los años que pesan sobre los libros. Son el recuerdo de los besos y las lágrimas que han tocado sus páginas. Un libro cuenta dos historias: la que el autor tuvo a bien narrar, y la de aquellos que rieron, sangraron, desearon y lloraron sobre el papel. Bellas cubiertas ajadas, hermosas páginas sucias.

Bienaventurados sean los libros gastados, pues ellos han recibido amor.


No sé quién fue José Elías. No sé a qué edad murió, si tenía familia, qué clase de vida vivió. Jamás sabré cómo era su cara. Sólo sé que en 1884 tuvo un ejemplar de Nuestra Señora de París, en cuya primera página escribió su nombre con lápiz, y que hoy ese libro está junto a mi codo en este escritorio, comido por las polillas y los años, pero aún palpitante de vida y deseando que lo haga parte de la mía. Gracias, Delf, por el regalo. Gracias, Tiempo, por traerlo a mí. Y gracias, José, quien quiera que hayas sido.

martes, 30 de noviembre de 2010

Dama Cuervo

¿Por qué someter a alguien a través del dolor? ¿Qué propósito tiene obligarle a hacer lo que no quiere por la fuerza, a pesar de sus lágrimas? ¿De qué sirve valerte de puños y puñales para obtener lo que deseas? ¿Por qué usar el dolor, que no recoge más que odio, para lograr tus fines? Con el dolor sólo conseguirás veneno en tu copa al final de los días.

Tesoro mío, dale placer a una criatura y la tendrás a tu merced.

¿Para qué perseguir a la fiera, arriesgándote a morir por un trofeo? Dale de comer de tu propia mano hasta que puedas rebanarle el cuello sin resistencia. ¿Para qué violar y desgarrar a la virgen aterrorizada que chilla bajo tus manos? Hazla disfrutar hasta que no pueda evitar abrirte las piernas. ¿Para qué castigar con latigazos la espalda del enemigo cautivo? Colma hasta sus más oscuros deseos y sentirá que tiene una deuda contigo.

Hazlos sufrir de forma diferente; oblígalos a desear aquello que tanto temen. Captura su voluntad en lugar de someterla y enrédalos en una espiral de culpa, y jamás podrán levantar una mano contra ti. Cualquier bárbaro puede reventar una cabeza con un hacha, pero sólo alguien de exquisita y retorcida inteligencia puede encontrar ese punto lascivo que cada ser humano teme que le acaricien.

Dale dolor a una criatura, y obtendrás la obediencia siempre presta a saltar que trae el rencor.
Pero dale placer, oh tesoro, y su alma te pertenecerá para siempre.

martes, 23 de noviembre de 2010

De una de las múltiples facetas de la estupidez

Imaginemos la siguiente escena: una jovial estudiante de Historia da vueltas por la zona de audiovisuales del Corte Inglés, buscando cierto dvd que no aparece ni debajo de las piedras. Nadie le sabe dar razón de él. Así que mientras se retira con el rabo entre las piernas, pasa por delante de la sección de libros. La estudiante piensa "bueno, echar un vistazo antes de irme no hará daño" (la última vez que pensó eso llegó dos horas tarde a casa, pero bueno, ella es feliz engañándose). Pasea la estudiante. Novela rosa, imitaciones de Crepúsculo más rancias que la original si cabe, imitaciones de Millenium más o menos afortunadas, la última novela de Vargas Llosa...

En su deambular la estudiante acaba, cómo no, hojeando los libros con una aberrante desvergüenza. Pero todo crimen siempre tiene su castigo. Así que leyendo la contraportada de un libro, la jovial estudiante se encuentra más o menos con lo siguiente: "Este valiente libro pretende ser un caballo de Troya contra la falacia de la sociedad multicultural, desvelando la imposibilidad de convivir con una cultura, la musulmana, incapaz de asumir las libertades..." El gesto de la jovial estudiante se hiela en el aire y baja el libro muy despacio. Presa de una horrible sospecha, mira a su alrededor y descubre que ha sido rodeada de forma infame. Coge otro con las manos temblorosas y lee. "En defensa de la sociedad cristiana occidental, la única capaz de garantizar los derechos fundamentales". La jovial estudiante, ahora no tan jovial, deja el libro con las manos temblorosas y aún se atreve a coger otro. "Chueca no es Teherán, y es momento de decirlo sin tapujos y sin velos. No podemos permitir..." Horror. La estudiante se aleja de allí presa del pánico, con el corazón latiéndole a mil por la indignación.

"Relájate" se dice a sí misma. "Piensa en algo bonito. O mejor, ¡lee algo bonito!" Su mirada se posa sobre un libro gruesísimo, de tapa dura, con una lujosa sobrecubierta. "Historia total de España. Mira, esto estará bien". Abre el libro y, como le han enseñado en la facultad, lo primero que hace es mirar el índice.

"Capítulo cuatro: la pérdida de España y la catástrofe islámica".

La jovial estudiante se echa a llorar.



Por desgracia, la escena es verídica. No había manera de encontrar el puto dvd de El Misterio del Príncipe, y además tuve que sufrir tamaños insultos a mi inteligencia. Menuda tarde. Está visto que si nos descuidamos y somos demasiado amables, los moros nos invadirán, nos arrancarán el clítoris, nos pondrán burqas, nos prohibirán ducharnos y nos obligarán a rezar a su pérfido dios.

(nótese la ironía)

Realmente, no entiendo ese pánico que ha cundido últimamente por la inmigración, sobre todo desde que estalló la crisis. Todos sabemos que los seres humanos, especialmente si se han formado poco o nada, encuentran particularmente fácil culpar de sus problemas a los extranjeros en cuanto empieza a apretar un poco el cinturón. Máxime si esos extranjeros son de otro color, otra forma, se visten diferente, huelen diferente o vaya usted a saber (no he visto a nadie maldiciendo a los jubilados ingleses y alemanes que están arrumbados en Benidorm chupando del bote y sin mover un dedo). Claro que por mucha tendencia biológica, antropológica o lo que sea que pueda ser, no es excusa. Además, no sé si os habéis dado cuenta de que el pánico y las críticas se centran sobre todo en la comunidad islámica. A los chinos se les ha criticado mucho por su filosofía del trabajo, contra la cual los indígenas no pueden competir. A los latinoamericanos y los de Europa del este también se los menta, normalmente para asociarlos de forma malintencionada con la delincuencia desde los medios. Y los subsaharianos también empiezan a tener presencia en las grandes ciudades, les guste o no a algunos. Pero con los árabes... con los árabes la gente la tiene. Sencillamente la tiene. No se me ocurre otra explicación.

Hará cosa de un año, en Suiza se votó en un referéndum que se prohibiera la construcción de mezquitas con minarete. Todo muy en consonancia con ese pánico a la "invasión musulmana" que está recorriendo Europa... si no fuera porque en Suiza sólo hay CUATRO mezquitas con minarete. En TODO el país. Y Suiza no será demasiado grande, pero tampoco es Mónaco. Personalmente entiendo que la gente se pueda asustar cuando los cambios aparecen de buenas a primeras, pero no hasta ese punto. Y aún se asustan más: todos estamos hartos de oír hablar del maldito velo islámico en la televisión y de que si se puede poner o no poner en el colegio. Y yo aparte estoy harta de los ignorantes que se llenan la boca insultando pero no saben distinguir un burqa de un hiyab, pero ese es otro tema. ¿Qué le pica a la gente con el velo, me pregunto?

Hasta donde yo sé, la costumbre de las mujeres musulmanas de taparse la cabeza viene de mucho antes del nacimiento de Muhammad: era una manera de distinguir a aquellas miembros de la nobleza tribal árabe (mujeres libres) de aquellas que no lo eran, y de las esclavas. Tras el comienzo de su predicación, pasó a ser una manera de distinguir a las creyentes de las no creyentes. Sin embargo, los versículos del Quran de los que se deduce que taparse por completo ha de ser imperativo para la mujer musulmana, son ambiguos y normalmente se ha traducido como "velo" palabras que en un principio también pueden significar "cortina", "chilaba" y otras variantes. Ha sido la interpretación, como siempre, la que ha convertido este código de vestir en una norma religiosa. Además, poco eco se hacen los medios de que los velos tradicionales dejaron de llevarse en muchos países islámicos durante el auge de los movimientos panarabistas y las oleadas de modernización laica que se sucedieron en las décadas de los 50 y 60, en países como Egipto, Irán o Turquía (de hecho, hoy en día en Turquía es perfectamente normal ver a una mujer con niqab andando al lado de una con pantalones cortos). Pero estos movimientos fracasaron: las reformas agrarias no pudieron llevarse a cabo y los recursos continuaron en manos de las oligarquías de siempre. Ante este batacazo, los países islámicos buscaron una opción política nueva, algo totalmente alejado de los modelos occidentales que se habían revelado tan inútiles, y así surgió el Islam como opción política moderna, y así apareció el hiyab moderno que vemos en las calles, creado en las décadas de los 70 y 80 como símbolo de la nueva identidad musulmana. El hiyab, más que un imperativo religioso, es una convención cultural.

Veamos: detesto la idea. El tiempo en que el velo en la cabeza distinguía a una mujer libre y respetable de una esclava ya ha pasado, y hoy en día está más relacionado con la exclusión de las mujeres del ámbito público. No lo haría voluntariamente. Y ojalá ellas no lo hicieran. Pero ¿sabéis qué? NO ES ASUNTO MÍO. Y eso es algo que los políticos y los aterrorizados ciudadanos no entienden. A mí no me parece bien, tampoco, que a las mujeres se nos haga sentirnos obligadas a ser guapas, delgadas, a estar siempre maquilladas y lampiñas, a llevar taconazos y a ponernos minifalda aunque haga un frío del copón. Pero hay chicas que lo hacen, y por mucho que me disguste, es su vida, no la mía. Tampoco me gusta que la gente mezcle la carne con fruta, pero no le tiro el plato a la cabeza a los que disfrutan del melón con jamón, simplemente no lo como. Así debería ser con todo. La gente se rasga las vestiduras con el tema del hiyab, se tira ceniza en la cabeza y entona lastimeros cánticos que hablan de la degradación y discriminación de las mujeres, sin poder entender que sean ellas mismas las que eligen llevarlo.

Lo cierto es que no me trago sus supuestamente nobles propósitos a la hora de prohibir estas cosas. No me trago que les importe una mierda la igualdad a ellos, que se llenan la boca hablando de la equidad semántica y luego arrugan el morro cuando ven a una mujer que no se depila o se defiende con las manos. Yo creo que lo que tienen es miedo. Miedo de lo que es diferente, de que las cosas que siempre han sido cómodas y conocidas para ellos cambien, y del esfuerzo que les supondría adaptarse. Miedo de tener que esforzarse por entender. Miedo de comprender que esa diferencia que siempre los ha hecho sentirse tan seguros no es tal, de que debajo de ese pañuelo haya un cerebro como el suyo. Tienen, resumo, el mismo miedo que tienen los heterosexuales gallitos de que les toquen el culo, hablando en vulgar. ¿Miedo a dormir o a despertar? Machado ya se la sabía, a comienzos del siglo pasado.

Cualquier padre de adolescentes sabe que la mejor manera de conseguir que la gente haga algo es prohibírselo. Así consiguió Federico II que el pueblo prusiano comiera patatas: se conoce que les daba grima comerse aquellas cosas con pinta de tumores, así que su majestad simplemente las sembró en sus Huertas Reales y colocó a la guardia a vigilarlas. Antes de que se dieran la vuelta ya tenían a los desconfiados súbditos robándolas. Con estas costumbres va a ocurrir lo mismo, no hay que ser un genio para verlo. Ahí tenemos el ejemplo de Francia y Gran Bretaña, países ya viejos en este tema de recibir inmigración y que sin embargo no han sido capaces de adoptar políticas que permitan crear una sociedad plural. Hoy en día, hay una buena cantidad de jóvenes de mi edad en Francia que han ido a los mismos colegios, liceos y universidades que el resto, pero que son tratados con desconfianza y tienen muchas menos oportunidades en el mercado laboral porque se llaman Ahmed o Fadoua y sus padres (o abuelos) eran de Argelia. Esos chicos son franceses. O británicos. Tienen DNI y pasaporte. Pero no se les trata igual. Y la mayoría vive en ghettos de la periferia, donde muchas veces se dan "asesinatos de honra" y otros tipos de violencia. Chicos de ese tipo fueron los que pusieron las bombas en el metro de Londres. No eran "moros locos", vestidos con chilabas y recién salidos de una madrasa con el seso sorbido. Eran chicos como yo.

¿Por qué pasan estas cosas? Mi profesor de Geografía Humana (todo un profeta de nuestro tiempo que cada miércoles y viernes a mediodía sube al estrado con sus gafillas de tortuga galápago y suelta las más terribles verdades sin perder la calma) tiene una respuesta lapidaria: al ver la desconfianza de sus semejantes, su desigualdad, su incapacidad para salir del ámbito de los "inmigrantes" a pesar de tener la nacionalidad y de ser tan europeo como cualquiera, esos jóvenes piensan: "¿No queréis que sea británico, o francés? Muy bien. Seré musulmán". Por eso se aferran tanto a sus costumbres, por eso se niegan a adoptar otros códigos de vestir, a comer diferente, a mimetizarse con esta cultura. Se sienten agredidos por el hecho de que nosotros nos sintamos agredidos por ellos. Y así nunca acabamos.

Además, ¿quién no se sentiría así? Yo no aparezco en las estadísticas de inmigración porque he tenido la doble nacionalidad desde que nací, pero no creo que eso desmerezca el hecho de que emigré. Tenía diez años cuando mi familia y yo nos marchamos de Perú y vinimos a vivir a Valencia, y siento decirlo pero el piso sesentero de mis abuelos en Alfara del Patriarca (3.000 habitantes -.-) no era precisamente la Europa intelectual y glamourosa de la que me habían hablado. Me sentía sola, había perdido mi casa de siempre, a mis amigos y a casi toda mi familia, y estaba en un país extraño donde o hacía demasiado frío o demasiado calor, la gente gritaba sin motivo aparente y soltaba palabrotas como si tal cosa. Los niños del colegio se pegaban, tiraban los bocadillos por los aires y escupían; yo venía de un colegio privado muy caro, imaginaos el horror. Y por si no era suficiente, la gente me trataba como si fuera estúpida, me hacía preguntas ignorantes sobre qué idioma se hablaba en Perú, me insultaba, se reía de mi acento. Llego a ser de otro color y aquello habría sido el infierno. Id a decirle a esa niña asustada y enfadada que no era inmigrante, que era española de toda la vida, a ver cómo se ponía. Recuerdo claramente la furia y la impotencia de esa época; son la razón por la cual, a pesar de que mi vocabulario y mi entonación son españolas, sigo seseando, y no pienso dejar de hacerlo. "¿No queréis que sea una de vosotros? Seguiré siendo peruana".

Y sin embargo, no. No, no y no. Que no se pone pañuelo en el colegio. Que no se reza mirando a la Meca. Que no se construyen minaretes. Podemos comer comida china y bailar reggaetón, pero morerías no. ¿Quién tiene la culpa de todo esto? ¿Los políticos, que como siempre hablan por los codos y no hacen nada? ¿Los obreros que miran con odio a aquellos que, ellos creen, les roban su trabajo y su puesto en la Seguridad Social? (cosa que es una falacia, no hay más que mirar las estadísticas). ¿Esos historiadores, como el autor de aquel libro tan gordo, que se avergüenzan de su pasado islámico y soslayan siete siglos de historia hispánica con un "nos quitaron España y la recuperamos"? España ni siquiera existía por aquel entonces. Y eso es algo que parece que algunos nunca asumirán.

De verdad que no entiendo el miedo. Entiendo el deseo de tener una identidad; es común a todos. Todos deseamos ser nosotros y le enseñaremos los dientes al que intente impedírnoslo. Pero no veo la amenaza en que se instalen familias extranjeras buscando ganarse la vida como buenamente puedan, huyendo de las dificultades económicas de sus países de origen. Yo he vivido eso. Yo, que iba a uno de los colegios privados más caros de Lima, acabé estudiando un curso entero que mis padres no pudieron pagar; mi padre, graduado en Derecho por una prestigiosa universidad privada, trabajó el primer año en Valencia conduciendo un tractor por la Huerta. Eso es algo que la gente no ve, pero para verlo es tan fácil como acercarse y preguntar: por eso no entiendo el miedo. No entiendo ese miedo a que los extranjeros nos roben nuestra identidad. Nosotros somos más amenaza para ellos de lo que ellos lo son para nosotros. Y si nos ponemos nostálgicos y patrióticos, ya va siendo hora de que estemos un poco menos orgullosos de la ínfima escaramuza territorial que fue Covadonga y un poco más orgullosos de Maimónides, Ibn al-Abbar y Averroes. Sólo para igualar las cosas.

Además, siendo sincera, aunque realmente las identidades culturales se diluyeran, aunque las diferencias se hicieran menos visibles, no veo la gran tragedia en eso. Maldita manía que tenemos los seres humanos de basar nuestra identidad en la contraposición de la de otro. Yo soy mujer, tú eres hombre. Yo soy hetero, tú eres gay. Yo soy cristiana, tú eres musulmán. Yo soy blanca, tú eres negro. Lo cual es estúpido porque yo no soy blanca, soy beige, y tú no eres negro, eres marrón, y después de tantos años ya podríamos ir superando el puto vicio.

El día en que dos personas estén lado a lado y uno no pueda decir con seguridad si uno reza así y el otro al revés, si uno habla tal y otro habla cual, si uno come esto y el otro se niega, ese día no habremos perdido absolutamente nada. Ese día habremos triunfado.

jueves, 4 de noviembre de 2010

Uh, ah, Babalà!

Este viernes a las diez y media de la noche, el grupo de teatro Disbauxa estrena, en el centro cultural Blasco Ibáñez y ante el mundo y la ciudad de Moncada, "Comida China", obra de teatro escrita por moi.

Sé que la mayoría de las personas que leen esto no tienen manera de asistir, pero si eso, pensad en mí a esa hora. Yo estaré entre bambalinas con el nervio de punta ^^

Rompedme una pierna!

jueves, 21 de octubre de 2010

Triste canción de amor


Esta es la historia de una niña y su ángel de la guarda. El nombre de ella era vulgar, como cualquier otro nombre de niña. Pero para él, era el nombre del amor y de la luz. El nombre de él era luminoso, excelso y complejo, imposible de pronunciar por gargantas humanas. Ella simplemente le llamaba "Ángel".

El ángel veló cada instante de la vida de la niña. Gozaba al oír su pura risa y al verla jugando y aprendiendo cada día. Nada lo llenaba más que su sonrisa, sus manitas curiosas tirándole de la túnica y pinchándole las alas.

-Ángel, ¿me quieres?
-Más que a nada en el mundo.

Y el ángel no sabía si blasfemaba o no, olvidando a su dios por esa niña cualquiera, de mejillas de manzana y ojos brillantes como luceros. Su hermosa niña cualquiera.

El ángel estuvo ahí en cada secreto develado del mundo de los adultos. En cada invención, en cada idea, en cada pelota pateada. Estuvo presente en las dificultades y en los caprichos. En los dolores y en las risas. La niña, su niña, crecía y se hacía compleja y fragante como una orquídea ante sus ojos. Y el ángel, pobre de él, se olvidaba de dios y de sus obligaciones cada vez que ella le hacía una pregunta, le tiraba de la túnica, le tocaba las alas, le acariciaba el pelo.

-Ángel, ¿me quieres?
-Más que a nada en el mundo.

La amaba como el dios que le creó le amaba a él, y tal vez más, oh blasfemia, tal vez más.

La amaba y la siguió amando cada día de su vida. Incluso cuando dejó de jugar, y sus mejillas de manzana se convirtieron en afilados cuchillos blancos. Incluso cuando dejó de tocarle las alas y de acariciarle los cabellos. Incluso cuando sustituyó las risas por un taimado silencio y las pelotas por los poemas tristes. Incluso cuando sus ojos, siempre brillantes como estrellas, se velaron en una negra soledad. Incluso entonces.

Era su ángel de la guarda. Era Ángel. Y con cada segundo de su vida la amaba, incluso ahora, cuando ella lo miraba con expresión torva desde el alféizar de la ventana, los ojos duros, mientras él se revolvía incómodo. La seguía amando aun dolorida y sola.

-Ángel, ¿me quieres?
-Más que a nada en el mundo.

Y la niña, que era ya una muchacha, levantó los pies y atrancó un tacón en cada borde del alféizar, abriendo las piernas y mostrándole una oscuridad insospechada bajo su minifalda.

-Entonces fóllame, cabrón.



Me siento guarra esta noche. Cojones que sí.

lunes, 11 de octubre de 2010

El vals oscuro


Negra mascarada, grotesco carnaval en la que los personajes de la penumbra danzan en círculo. Lóbrego festejo de los ensueños perdidos, añoranza hecha canción, melancolía romántica plagada de rosas y antifaces. Allí giran las imágenes ajadas de mil historias de amor y pérdida, manchadas de sangre, de pasiones, de olvido.

Baile gótico, oscuro vals. Noche hirviente de estrellas en la purpurina de las máscaras. En los confusos anillos de la danza están el hijo bastardo de la ópera de París, la vampiresa lesbiana, la princesa rusa, el voivoda rumano, el monstruo de trozos, la cortesana tuberculosa; cantares ancianos, fantasmagoría de épocas remotas e inexistentes, que se dan delicadamente la mano y bailan una última vez, atravesando interminables salones sombríos cuajados de dorados barrocos, colgaduras, terciopelo y velas que lloran el funeral de los sueños. ¡Ah, malditos quienes arrastren sus frágiles almas lúbricas a la luz! Morirán, morirán. Una vez abierto el día, nada podrá devolverlos. Salvo, quizá, durante un breve instante, una canción.

En mitad del círculo de monstruos y soñadores, danzo yo, mi cuerpo de quince años vestido con los exquisitos ropajes de las fantasías oscuras, girando sobre mí misma con la luna nueva en la frente. ¡Ah, las rosas púrpura del hormonal delirio de mi vientre y mi alma! Inmoral e inmortal delicia. Dorado, burdeos, negro, cristal y púrpura, así son los sueños esta noche enmascarada. Los años no han pasado, pero mis ojos son más grandes, y los abrazo a todos. ¡Yo soy el mundo! Y me aferraré a él mientras no venga el tiempo a arrebatarme los gritos, el dolor, el ansia y el éxtasis. Fantasmas, deformidades, criaturas de la noche, horrores innombrables e inconfesables placeres. Dadme vida una última noche.

Que el vals oscuro comience. Dejadme girar y morir. Que no tenga final. Que nunca despierte. La oscuridad es la luz.


Música: Dark Waltz (Hayley Westenra)

miércoles, 29 de septiembre de 2010

Dirty-hearted bastard

Tú y tu harapiento corazón;
¿crees acaso que no lo sé?
Tú, arrastrándote de rodillas ante el olvido
y chupando la amarga verga de la complacencia.
No hay nada en ese inmundo nido de ratas,
en esa infecta llaga gris,
en ese pozo saturado de arañas,
en ese grasiento nudo de ropa que llamas corazón.
Ya tuviste una vez la vida diáfana en la mano
y la reventaste contra el suelo;
poco más hay que se pueda hacer por ti.
Puto absceso,
espectro con un alma hinchada de pus,
tras una máscara de arrogancia puedo oír tu verdadera sonrisa pudriéndose.
Ya no hay más miedo ni confusión
que puedan hacerte sentir vivo.
Muere asqueroso o redímete
como un niño desnudo.
Recupera tu carne o cae,
no como ángel,
si no como cucaracha.
Pero no tires del mantel
tratando de arrastrarnos a todos:
¿no eras tu propio Cristo?
¡Ordena a tu ego que te salve!
Poco más hay que se pueda hacer por ti.
Tú y tu harapiento corazón...

domingo, 29 de agosto de 2010

Quousque tandem, stulte, abutere patientia nostra?

(Aquí viene una ración de hígado. Tapaos.)

Muy bien, colegas. Vosotros, sí, vosotros, los que sois tan chachipirulis porque ciencias es lo mejor, es lo más difícil y mola mogollón. Vosotros a los que os encanta jactaros de lo mal que lo pasáis en septiembre, como si el resto de la gente no tuviera problemas. Vosotros IGNORANTES que no sabéis distinguir entre ciencias y tecnológicas. Vosotros que no tenéis suficiente con querer vuestra carrera, necesitáis insultar las de otros como si os hubieran hecho algo.

ME TENÉIS HASTA EL COÑO.

Si tan listos sois, vamos a hacer un test. Mirad los libros y apuntes que os estáis estudiando para septiembre. Si no tienen puesto en la portada Anaya, Santillana o SM, ES QUE YA NO ESTÁIS EN EL COLEGIO. Así que dejad de comportaros como tal. ¿Creéis acaso que la persona que os tenga que contratar en un futuro os van a reír los chistes y os van a contratar sólo porque en bachillerato hicisteis química? Lo más probable es que vayáis al paro, como todo el mundo. Aguantaos. ¿Creéis que lo vuestro es más difícil? De acuerdo. Intentad estudiaros las dos primeras declinaciones de griego y latín clásicos. No todas, eh? Sólo las dos primeras. Como sois tan inteligentes, seguro que las sacáis enseguida.

Conque vosotros razonáis y nosotros sólo tragamos. Ok. Entiendo que estéis resentidos por la persecución a la que os sometió la Iglesia por oponeros a los dogmas, pero eso no os da derecho a creeros la última cocacola del desierto. Entiendo que estéis enfadados por haber tenido que estudiar historia y filosofía en bachillerato. ¿Creéis que a nosotros no nos hubiera gustado elegir laboratorio de biología o física? No sois los únicos perjudicados por la mierda de sistema educativo. Pero nosotros no tenemos la culpa.

¿Pensáis que lo nuestro no sirve para nada? Oh, bien. ¿Sabéis por qué los economistas pueden predecir las crisis? Porque ya han ocurrido antes y sus mecanismos han sido estudiados. ¿Cómo os enteráis de los nuevos descubrimientos en vuestros campos? Sin los periodistas serían imposible. ¿Por qué elegisteis la carrera que estáis estudiando? Porque hubo gente que estudió magisterio para enseñaros lo primero que aprendisteis. ¿Cómo podéis leer los tratados de Isaac Newton y otros artífices de la Revolución Científica? Porque hubo gente que llegado un momento tuvo que molestarse en traducirlos del latín y el inglés arcaico.

¿Pensáis que todo aquello sin aplicación empírica no sirve para nada? De acuerdo. Tirad a la basura todos vuestros discos de música, y vuestras novelitas de fantasía, las cuales, por cierto, no habrían existido jamás sin el minucioso y detallado estudio de la épica grecorromana, la caballería medieval y diversas filologías clásicas y escandinavas que hizo Tolkien.

Ah, y "letras" no significa "cualquier cosa que no sea ciencias". Letras es traducción, interpretación y filologías. La historia, la geografía, la filosofía, el magisterio, la psicología y todas esas "mierdas" con las que os metéis, son CIENCIAS HUMANAS. Oh, sí, no os indignéis. Ciencia proviene del vocablo latino "scientia", que significa "conocimiento" o "saber". CUALQUIER TIPO DE SABER. Antes de insultar, aprended de dónde venís.

No nos echéis a nosotros la culpa. La proporción de personas de letras y humanidades que se meten con los de ciencias es menos de un tercio del caso contrario. Y sabéis tan bien como nosotros, porque estabais ahí en bachillerato, que empezasteis vosotros. ¿Por qué íbamos a meternos con vuestra carrera? Bastante teníamos ya con capear el desprecio de nuestros padres por elegir carreras "inútiles".

Las ciencias molan. Las tecnologías también. A mí me gustan. Me fascinan, y me dejan intrigada. Y puede que un día las estudie como segunda carrera, sólo por gusto. Pero a diferencia de vosotros, YO TENGO COJONES PARA ADMITIRLO. No nos acuséis de no tener sentido del humor por no aceptar vuestras críticas injustificadas. Probad a vivir todos los días recibiendo desprecio por lo que hacéis y amáis. Tal vez entonces vosotros desarrolléis sentido del humor.

A nosotros nos follan y nos mandan a septiembre igual que a vosotros. Nosotros también estudiamos hasta las seis de la mañana y nos quedamos sin dormir para terminar trabajos. Nosotros también peleamos por un sitio en la biblioteca y también nos toca estudiarnos tochos enormes para los exámenes; sólo que no siempre son apuntes, a veces son obras clásicas muy mal traducidas o manuales editados a finales del siglo XIX con tantas notas a pie de página aludiendo a otras obras que uno se pregunta para qué cojones se molestó alguien en escribirlos. Nosotros también sudamos sangre para un examen y luego nos suspenden con un tres "porque no les ha gustado". ¿Qué creíais, que nos repartían piruletas y estábamos todo el tiempo fumando porros en la cafetería?

Que nos toque memorizar muchos datos no nos hace más estúpidos que vosotros. La memoria también es parte del intelecto, y además, ¿no seréis tan ingenuos de pensar que memorizamos datos aislados totalmente separados unos de otros? Cada una de las cosas que estudiamos guarda un orden y una lógica razonable con el resto de temas. No cometáis el error de pensar que sois los únicos que razonan.

Conque callaos ya. Callaos, callaos, callaos. Estamos hartos de oír vuestras gilipolleces de niños consentidos que se quieren dar celos entre ellos. Creced de una puta vez, HIJOS MALAGRADECIDOS DE LA MADRE FILOSOFÍA.

¿Hasta cuándo, imbéciles, vais a abusar de nuestra paciencia?

martes, 24 de agosto de 2010

Enciéndete candela, fríete cebolla...

Vale, lo admito: me encanta bailar. Aunque algunos lo consideren pésimo para mi imagen personal. Y con bailar no quiero decir dar pasitos y mover los hombros al ritmo de la música de fondo. Con bailar quiero decir que me sé el nombre de los pasos. Y los hago. Aunque a veces no me salgan. Con bailar quiero decir que cuando empieza la música (auténtica música de baile, quiero decir, no el famoso unch-unch) abandono toda moralidad y vergüenza y tomo la pista de baile como si no hubiera mañana. Incluso con reggaetón.

Sí, habéis leído bien. REGGAETÓN.

Está hecho para bailar. ¡Yo no tengo la culpa! T.T

Aunque practico danza del vientre desde los catorce años, normalmente la gente no se espera que me guste bailar (suena absurdo, lo sé). La danza oriental es un pasatiempo exótico y alternativo, mientras que el bailoteo en la disco es cosa de canis, pijos y demás gente indeseable en los círculos en los que me muevo. Pero en fin, tampoco se esperan que me guste hacer punto de cruz o cocinar, y lo cierto es que me gustan (el hecho de que estén asociados con cierto modelo de feminidad que yo rechazo tampoco es culpa suya. Aunque hacer punto de cruz con los pinchos y las New Rock, como mínimo es gracioso). Pero el caso es, que sigue gustándome bailar.

Me gusta, me encanta bailar. Y yo soy la tía que está todos los años cosplayada en el Salón del Manga de Barcelona, la misma que estuvo en el concierto de Saratoga en la sala Mirror de Valencia haciendo los cuernos y el headbanging (lo del headbanging es un decir, en esa época iba rapada ^^U). Y sin embargo, adoro a Lady Gaga y sigo pensando que "Everybody" de los Backstreet Boys fue la mejor canción que jamás pudo tocar una puta pista de baile en los noventa.

Qué le voy a hacer, así es la vida ^^U

Bailar no es sólo una disciplina artística, aunque lo es, y mucho más respetable de lo que algunos la tratan. La danza ha aparecido en todas las culturas humanas casi desde su inicio (¿quién nos dice que las figuras antropomorfas de las pinturas rupestres no pudieran a veces estar representando algún baile?) Crecí en un país en el que la danza es un acto social del que no hay manera de escabullirse: a los quince años las chicas celebran la quinceañera (una especie de puesta de largo tan pija que caga gomina, ajiem) y desde ese día en las fiestas hay música y la gente TIENE que bailar, sola o en pareja, pero bailar. Si no bailas, te han jodido, macho.

En ese ambiente, siempre llega un momento de las reuniones familiares en el que alguien se levanta y dice "ay, ¡me encanta esa canción!" o "¡pucha, tal canción de tal cantante!" y sube el volumen. El resto de especímenes pillan la indirecta: es momento de arrumbar las mesas, sacar el cajón y las maracas y empezar a menearse en mitad de la terraza del jardín. No vale andarse con vergüenzas ni gilipolleces por el estilo. Así son las cosas en Perú y en la mayor parte de América. Por eso yo siempre digo que, aunque me encanta vivir en España (por mucho que se quejen de ella los que la habitan XD), hay dos cosas que los españoles no saben hacer: postres y fiestas.

(Eh, no os puedo culpar por lo de los postres. No es justo que nosotros tengamos influencias gastronómicas asiáticas y africanas y además un clima en el que crece casi cualquier tipo de fruta, hierba o caña, y vosotros sólo tengáis... leche, azúcar, nueces y canela ^^U)

En cualquier caso, la danza es más que un arte, y aun más que un acto social: es un método de expresión de una parte muy honda de la consciencia humana. O incluso podría decir del inconsciente. Tanto durante la improvisación como durante la ejecución disciplinada, la persona que baila tiene que confiar totalmente en su propio cuerpo. Puede saberse miles de pasos de baile y puede haber hecho la coreografía centenas de veces. Pero en cuanto empieza la música, no vale contar con la memoria ni con una lógica estructurada. En el momento en que suena la primera nota el cuerpo ha de moverse solo. La mente crea las imágenes de modo irreflexivo y el cuerpo la obedece sin más. Mientras bailas, tu cuerpo es la música: las notas de la canción se convierten en líneas en el aire, y esas líneas son tus propios miembros. Mientras bailas, permaneces en un estado de concentración que no tolera reflexiones o impresiones exteriores, ni siquiera la observación desde afuera de lo que estás haciendo. Sólo hay movimiento, y un inmenso placer.

Y cuando terminas, con las endorfinas a mil, sudando y palpitando, no te sientes cansado: tu cuerpo pesa la mitad, tus movimientos son fluidos como el agua. No sientes que hayas hecho el ridículo. Hubieras deseado que esa sensación de libertad y de intenso placer durara más. Estarías dispuesto a salir a la calle bailando, dando saltos, alzando los brazos y girando como una peonza, celebrando algo, lo que sea.

Eso es el baile. Es belleza, es disciplina, es libertad. Quien lo probó lo sabe.

Y no sé vosotros, pero yo personalmente estoy harta de que la gente se meta con la música "barata" sólo por serlo (con barata supongo que se refieren a toda la que no es rock, jazz, clásica, cantautor o cualquier otro estilo que te haga quedar cool). Es música para bailar, al igual que las otras son para escuchar y pensar. No tiene nada de malo. Los huevos fritos son deliciosos, lo mismo que la paella de marisco, sólo exigen una preparación muy diferente. A nadie se la ha ocurrido criticar a los huevos fritos por eso, ni tampoco comerlos todos los días como si fueran lo único que existe. Pues lo mismo pasa con la música. Y esa gente que está tan amargada metiéndose con algún tipo de música por ser "mierda" (comparada con la que le gusta a ellos, intuyo), debería bailar más. Cohone'.

Al resto, sólo os parafraseo a LeAnn Womack: "Cuando tengas la opción de quedarte sentado o bailar, espero que bailes. Espero que bailes".


Aquí os incrustaría algún vídeo de mi hermana bailando, porque toda Valencia sabe que ella es la bailarina de casa y no yo, pero se conoce que no lo consiente. Quedaos añorando su divino talento XD

lunes, 16 de agosto de 2010

Sarakenoi


Hace años que vengo caminando
por encima de las dunas
con la piel azul como la piel
del cielo.
He viajado por tantos lugares,
todos iguales sobre esta manta de arena arrugada
y tan diferentes de sí mismas
bajo el cambiante ojo del sol.
El sol era una diosa antes de la llegada del Profeta
y parece que aún lo recordara
en el crepúsculo rosa y azul.
Llevo conmigo el viento que hace cantar
el lienzo de las jaimas
y mete los dedos en las dunas
y dibuja líneas sobre ellas.
Cuando la luna sube por el cielo
la tierra es un espejo de su blanco silencio.
La mordida de mis pies en la arena
sigue el ritmo de mi corazón.
Y yo también canto,
narrando los siglos:
ese músculo es el parche
de mi tambor.
Traigo entre mis ondas azules
el aroma del té y la leche
y el color de la miel en los amaneceres
y el sabor tan preciado del agua
que se esconde bajo la piel de la tierra,
reluciente como el sol.
Conozco la música del silencio.
Mi alma es de tela y varas
y cuando siente sed puedo recogerla
y llevarla a buscar las estrellas a lo lejos,
en otro lugar.
Hace tiempo que vengo caminando.
Cuando mi cuerpo no pueda más y duerma
mi espíritu se irá andando sobre las dunas.

Música: Yearning (Raúl Ferrando)

miércoles, 4 de agosto de 2010

El caso es que la cosa ha funcionado

Ya tengo el contrato. Una firma mía y empezaré el primer negocio de mi vida. Un negocio con el que he soñado desde que aprendí que m + a, dos veces, es mamá.

Hace poco bromeaba al respecto. Y ahora resulta que iba en serio. Va a ocurrir. ¿Quién lo hubiera dicho?

¿Alguien querrá comprar mis palabras?

miércoles, 14 de julio de 2010

Verano en Valencia


Ya han vuelto el verano y su ardiente canícula. Vuelven los estudiantes de vacaciones, el sudor impenitente, las cigarras en la casa del pueblo a la hora de la siesta. El olor a cloro y los gentíos insufribles de las piscinas públicas, los niños meándose y la arena por todas partes después de un día de playa. Las insolaciones que te tienen jodido varios días. Las juergas salvajes que acaban con vómitos en el cauce del río y la cabeza dentro de una fuente. Vuelven los bañadores, los pantalones cortos y los tirantes.
Es verano y la gente se despechuga, y cómo no, yo también. Después de lo que parece una eternidad encerrada en casa estudiando, notar el sol sobre mi piel es la gloria. Vuelvo a descubrir que tengo un cuerpo bajo la ropa, y me alegro. Esto va por todos aquellos que no quieren que lo haga.

Que viva cada centímetro de mi cuerpo. Que vivan mis cartucheras, las estrías que me cruzan el pecho y los muslos, y los tres rollos de mi barriga. Que vivan mis pechos caídos, mi pelo-estropajo, mis sobacos peludos y el caballete de mi nariz. Que vivan mi papada, mi cicatriz de la apendicitis y la celulitis de mis piernas. Viva yo, coño, por una vez en mi vida. Estoy buenísima y no podéis convencerme de lo contrario. No haréis dinero de mi miedo. Soy la hostia. Amo mi cuerpo y me gusto tal y como soy.

Todo vuestro dinero no puede comprar eso. Jodeos.

domingo, 4 de julio de 2010

Et le printemps va vindre

Un rumor de cascos atravesaba la humedad helada de la madrugada. En la ciudad aún adormecida, el ruido de las uñas del caballo rompiendo el barro congelado, y su respiración acelerada podían oírse casi desde todas partes dentro de la muralla. Los artesanos que despertaban con el alba para cumplir con sus obligaciones sabían que sólo alguien muy importante podía haber conseguido que se le abrieran las puertas del oeste a esa hora del día. Debía de ser un embajador, o un mensajero de otro ducado.

Cuando el caballo pasó al galope por su calle, Gwenna se asomó por detrás de la grupa de la vaca y entrevió al desconocido montado que pasó como una exhalación bajo la luz de la vela con que iluminaba el establo. Debía de ser el mensajero. La comitiva llegaría con la mañana. Gwenna esbozó una sonrisa de satisfacción y volvió a ordeñar a la vaca. Había llegado el día.


Estoy embarazada otra vez, y esta vez será un parto múltiple. Siento fastidiarle la frase a Barney Stinson, pero esto va a ser... épico.

sábado, 19 de junio de 2010

Quark


Imagina una bomba tan pequeña que cupiera en una baya, y tan mortífera que pudiera volar entero un país. Y aún quedaran fragmentos de pulpa y gotitas de zumo rojo en el lugar donde estalló el mundo, como un tiro en el pecho de la tierra. El humo granate y el olor a mermelada recorrerían el orbe, recordándonos los siguiente: toda nuestra vida y nuestra muerte están contenidas en un pequeño bocado.

Ojalá fuera así mi vida. Ojalá nuestras pasiones fueran así, y estos paupérrimos desesperos humanos restaran aunque fuera como breve y hermoso rastro vegetal una vez el mundo haya estallado. En una sola gota de saliva, en un huesecillo del oído, en un mínimo cabello duerme el secreto último del principio y el fin.

lunes, 7 de junio de 2010

martes, 1 de junio de 2010

Piscis!


¡Mirad! ¡Dos pececitos! ¡Pececitos de limón!

Venid aquí, niños, voy a contaros una historia. Érase una vez un largo largo río llamado Nilo. Este río pasaba por la mitad de un gran desierto, y cada año, coincidiendo con el orto helíaco (nada de risitas) de la estrella Sotis, se desbordaba y dejaba los campos listos para el cultivo. Por estas condiciones tan favorables, alrededor del Nilo crecieron pequeñas aldeas que se convirtieron en ciudades-estado llamadas nomos. Y con el paso del tiempo, estos nomos se unieron en las confederaciones del Delta y el Valle. Y un día, tras muchas guerras, estas confederaciones se unieron y formaron un gran y poderoso imperio llamado Egipto.

Y EGIPTO SE DEDICÓ A TENER TROPEMIL MILLONES DE REYES DE NOMBRE IMPRONUNCIABLE PA' JODER LA MARRANA.

Adivinado lo habéis. Exámenes. Apuntes. Callo. Wadi Hammamat.

Matadme -.-

domingo, 23 de mayo de 2010

¡Cállate!


Tú.

Tú que crees saberlo todo sobre todos y no tienes ni puta idea. No puedes decirme lo que tengo que hacer.

Tú, que juras hablar con los dioses y no les conoces ni por asomo. Dudo que los dioses se molestaran en hablar con alguien tan arrogante como tú.

Tú, que te has pasado siglos acusándome de ser la serpiente del mal y que ahora juras que me crees incapaz de hacerme un dedo.

Tú que negaste a los matrimonios el derecho a disfrutar de su cama, hasta expulsar al hombre del lecho y arrojarlo a los burdeles mientras la mujer se arrodillaba sobre garbanzos en el confesionario.

Tú, que te callas como un cabrón pero sigues pensando que mi lugar está en la cocina.

Tú que acusas a personas enamoradas de perversas y asquerosas mientras abusas de niños inocentes.

Tú que preconizas el amor por encima de todas las cosas y luego te das el lujo de mandarnos cómo hay que amar y a quién. Tú no sabes nada del amor.

¡Tú! ¡Víbora!

No puedes decirnos quiénes somos ni qué debemos pensar. Mírate debajo de la sotana; tal vez encuentres al Diablo enroscado.

domingo, 16 de mayo de 2010

Hace casi dos años

No sé quién eras. Ha pasado mucho tiempo y sigo sin saberlo. Hay muchas preguntas que me hago. La primera de todas es cómo soporté seis meses de maltrato psicológico, de "tú no tienes ni puta y idea" y de "cuando te deje me follaré a esa", cuando ni siquiera el sexo era bueno, cuando ni siquiera te amaba.

¿Por qué?

¿Quién puñetas eres?

Durante un tiempo creí que eras un monstruo, uno de esos antihéroes sin compasión ni moral que andaban por ahí poniéndose el mundo por montera y viviendo intensamente sin pensar en los demás. Ahora ya no os tengo miedo, porque sé que esas personas no existen. Pero entonces lo creí, y también creí que yo no tenía nada que hacer contra ti, pobre de mí.

Ahora sé que estabas bien jodido y que me estabas obligando a mí a pagar con mi humillación y con mis lágrimas un daño que otra persona te hizo y que fuiste demasiado débil para superar. Ahora sé que otras personas que me putearon en el pasado eran como tú. Ahora ya puedo reírme de vuestro cinismo y de vuestra crueldad, porque no son más que una rabieta de adultos. Y una vez se ve todo lo que hay detrás, pierde el glamour.

Sin embargo, sigo sin saber quién coño eras. ¿Cómo habría de creerte una sola palabra, cuando no parabas de mentir? ¿Cómo habría de saberlo si estabas todo el día metido en el traje de un personaje mezquino y bien vestido que te habías inventado para que nadie te viera? ¿Cómo puedes dormir por las noches?

Ah, cuántas preguntas.

¿De qué demonios tenías miedo y por qué estabas tan furioso? ¿Por qué yo? ¿Sigues jurando que jamás lloras después de haberte visto con los mocos colgando y agarrado a mis rodillas, pidiéndome que no te dejara? ¿Qué vas a hacer cuando tengas cuarenta años y tu padre haya muerto y tus amigos se hayan aburrido de ti y no tengas a otra "guarri" (sé que nos llamabas así) a la que follarte y estés solo, solo, solo?

Nunca lo sabré.

¿Qué coño te pasa? ¿Piensas dejar algún día toda esa mierda atrás o dejarás que te mate? ¿Por qué tuviste que vengarte conmigo? ¿Por qué, por qué, por qué te soporté durante seis meses, por qué lloré cuando te marchaste si no me diste nada y yo lo sabía?

...

¿Por qué, si eras tan listo y tan culto, cuando tenía ganas de hablar siempre le llamaba a él, a él a quien todos creéis un pobre tonto?







Esa es la única respuesta que me sé.


Saben los dioses cuánto necesitaba decirlo.

lunes, 3 de mayo de 2010

Multitud


Éramos demasiados. Éramos demasiados y había demasiado poco espacio, demasiada poca paciencia, demasiado ego. Éramos una manada, éramos un millón de millones, cada uno a lo suyo. Éramos una masa de células egoístas creciendo sin control: un cáncer.

Ya no queríamos ser como "ellos". Aunque no sabíamos quiénes eran ellos. Simplemente no queríamos serlo. Llegamos a pensar que éramos especiales, diferentes y únicos. Que nadie nos entendería jamás, y por ello quien no fuera capaz de comprender nuestra radical singularidad no merecía existir junto a nosotros. Cadáveres hinchados de ego, pudriéndonos en nuestros propios miasmas sin darnos cuenta. Iris Murdoch dijo que a cada uno le gusta el olor de su propia mierda. Pues bien, tenía razón, pero ¿qué importaba esa vieja muerta de Alzheimer? ¿Qué coño sabía ella? No tenía nada que enseñarnos porque no sabía quiénes éramos. Y los demás, oh, los demás sí se iban a enterar de quiénes éramos. Ya iban a ver.

Qué especiales éramos, y qué diferentes, y qué listos. Nadie se había vestido como nosotros, nadie se divertía con lo que nos divertíamos nosotros, a nadie se le habían ocurrido las brillantes ideas nuestras. Pandilla de mocosos o adultos pretendiendo serlo, ególatras, arrogantes, enfermos de anorexia, depresión, ansiedad y soberbia. Teníamos suficiente tiempo libre para sufrir y automutilarnos, para reír sardónicamente y agredir a los demás, y eso era bueno, estaba bien, muy bien, porque así les mostraríamos quiénes éramos, ningún imbécil se quedaría sin saberlo. Ahí estábamos, éramos únicos. Yo, yo, yo.

Y se hizo la multitud de yoes. Y esa multitud invadió lentamente el mundo que habíamos creado, inflándose sin prisa, empujándose unos a otros y estallando peleas por un espacio propio y personal en el que ser uno mismo. Si había que serlo a costa de los demás, se sería. Si hubiéramos prestado atención por la noche, cuando todo dormía, habríamos oído el leve rumor de las costuras a punto de reventar. Pero bah, éramos demasiado especiales. Preocuparnos por eso habría sido traicionarnos: lo único que importaba éramos nosotros, a lo demás le podían dar por culo. Bárbaros. Cerdos. Así continuamos alimentando la histeria, el odio, esa personalidad mórbida. Y pasó lo que tenía que pasar.

Qué era exactamente es algo que no sé. No lo sé, incluso ahora que ya ha pasado. Sólo sé el estallido. La sangre. El fuego. Los gritos que se convirtieron finalmente en lamentos. Y finalmente el silencio. Oh, el silencio.

No sé qué pasó. Sólo sé que todo se fue a la mierda, que pudimos impedirlo, pero fuimos demasiado arrogantes para hacerlo. Y ahora aquí seguimos, solos. Nadie sabe que existimos. Y todo cuanto fuimos da igual, no hay nadie para verlo. Sólo hay silencio.

Dios, cuánto silencio...

lunes, 26 de abril de 2010

Fe (Lucybell)


Fe
no es cerrar los ojos y a creer
como oveja en su prisión.
Creo en mi propio error.

Fe.
El viento sopla fuerte en tu piel,
de ellos me sostendré.
Creo en mi propio error.

Oh, fe,
córtate las alas y a correr,
nada te va a detener,
no no no no...

Fe
no es ver el camino y seguir
como oveja en su ceguez.
Cree en tu propio error.

Oh, fe,
córtate las alas y a correr,
nada te va a detener,
no no no no...

Oh, fe,
córtate las alas y a correr,
nada te va a detener,
no no no no...

Fe
si es tu arcoiris el que eclipsa el sol.
Fe
si es tu arcoiris el que eclipsa el sol.

Fe.
Dame fe.
Al final...

Fe,
córtate las alas y a correr,
nada te va a detener,
no no no no...


Click and enjoy.

domingo, 18 de abril de 2010

Estampas de adolescencia


Ah, Memoria mía,
inveterada pasión por la tragedia.
Tú eras una muchacha regordeta y jodida
que me odiaba desde el rincón donde odiaba a todo el mundo.
Tus ojos eran más góticos que cualquier horror.
Tus senos atragantados eran el graso ariete de tu existencia.
Tenías el cuerpo hinchado de líquidos,
de veneno y sangre,
de agua y de espanto,
y tu carne brillaba y temblaba
túrgida de misterio
como el fruto de la ciencia y el miedo.
Tenías la letra pequeña entonces
y aunque te faltaban las palabras
agarrabas tantas que se te caían de los brazos.
Llenabas las agendas de niñas llorosas
y sangrante poesía.
Odiabas el gris,
cara de los muertos,
y le rajaste la barriga para verlo manchado de sangre.
Sangre por todas partes.
Tu propio sexo sangraba
y ese perverso licor se enquistaba en tu vientre
y te transformaba en un monstruo,
haciendo que tus deseos fueran odio,
intoxicando tu cálida lujuria.
No habías conocido aún el amor.
Nunca echaré de menos a nadie
más que a esa virgen rabiosa y lúbrica
que aullaba a las puertas del Hades.
Aun intocada parías enloquecidos fantasmas.
Y en tu estómago siempre la flor del vértigo,
los ojos clavados en el abismo.
Nada de lo tan cierto y palpable que existe ahora
es tan real como lo imaginabas entonces.
Ah de la Memoria mía,
¿qué ha sido de tu intensidad arrolladora?
La mujer que nació de tus gritos sonríe a la vida,
pero temo que haya quedado estéril.

martes, 6 de abril de 2010

God save the kidney pudding

¿Qué hay, nenes?

Probablemente no os hayáis dado cuenta pero he vuelto a desaparecer de la red durante unos cuatro o cinco días. Ja, pero soy la maestra de la discreción y no os habéis coscado. Aha. En todo caso, no os preocupéis, estoy bien. Lo cierto es que he estado...



...dando por saco a Her Majesty. Sí, el chaquetón blindado con cabeza flotante soy yo.

En estos días rondando por la capital del imperio he vivido apasionantes aventuras. Como la cancelación del vuelo cuarenta y cinco minutos antes de que saliera por "falta de personal" (esto nos pasa por viajar en low-cost). O llegar a Stansted a las cinco de la mañana con un frío que habría hecho sentirse incómodo al Yeti. O encontrar un autobús que nos sacara del jodío aeropuerto y nos llevara a la otra punta de la ciudad, donde estaba la recepción del hotel (dos horas de camino, nada menos). O entendernos con un taxista pakistaní que conducía del revés. O descubrir que nuestro apartamento estaba a tomar por culo de la recepción y tener que ir andando desde Inverness Terrace hasta Lancaster Gate, con el susodicho frío y las maletas y con papá y mamá maldiciendo a la gran Inglaterra en varios idiomas.

Aunque ninguna de ellas tan tremenda como la difícil misión de vigilar a mi hermana, que perseguía a los chicos ingleses con inesperado tesón. No me preocupaba su honra, me preocupaban ellos.

A pesar de tan arduos inconvenientes, allá por la pérfida Albión hicimos enriquecedores descubrimientos. Conocimos al fálico Ben...


y también nos vimos las caras con la abadía de Westminster, donde mi hermana y yo emulamos a Chandler y Joey de Friends haciendo el monguis con una cámara de vídeo en la cola de entrada.



Y conocí a Boudicca, mi personaje histórico favorito y una de mis heroínas.


También hicimos la típica chorrinada de hacernos la foto con la cabina de teléfonos roja.


Uno de los deportes de riesgo británicos más extremos, empero, es la gastronomía. Creedme, arriesgáis vuestra vida. Podéis ser blandengues y comer en el McDonald's o en el Prêt-à-Manger (sandwiches muy ricos, por cierto), podéis ser listillos y comer en un restaurante japonés o hindú, que los hay mares, pero hasta que no os habéis enfrentado a un plato genuinamente inglés no entraréis del todo en el club de los tipos duros. Porque, seamos sinceros, en un país donde el plato nacional es el pescado frito con patatas fritas, el comensal sabe que tiene ante sí una brutal y sanguinaria carrera de obstáculos. Como el archifamoso steak and kidney pudding, es decir, empanada de filete y riñón, que tuve la oportunidad de paladear en el típico pub-restaurante inglés:


Me da igual cuánto la sirvan en Harry Potter y cuán rica digan que esté, ese pegostre olía a meao. Hacedle caso a la tita Belsan: no os metáis uno de esos en la boca a menos que dispongáis de una buena pinta de Guiness para enjuagárosla después (como bien podéis ver que hice ^^).
Pero como todo no van a ser marranadas, si bien los ingleses no se destacan por tener una cocina típica demasiado sabrosa (ajiem), sí que es cierto que en cuanto a pastelillos y demás delicadezas destinadas a acompañar el té, se lucen. He aquí uno de los mejor descubrimientos de la semana:


Se llaman cupcakes y son como magdalenas (pero más ricas que las pijadas del Starbucks) con un glaseado por encima. A lo mejor los conocéis de alguna peli; creedme, es como masticar un pedacito de cielo. Y hablando de pequeños tentempiés dulces, resulta que los ingleses también saben tocar los huevos en Pascua:



Los de Cadbury hacen unos chocolates buenísimos, pero estos en concreto son una pasada: por dentro tienen un relleno blanco y naranja, como si fueran huevos de verdad. En McDonald's hacen McFlurrys con ellos y todo, eso sí, sólo durante los días de Pascua, luego no los venden. Os imaginaréis en la mochila de quién acabaron la mayoría de los huevos del último stock del kioskero hindú de Tottenham Court Road... Ahora la gente ya no me toma en serio cuando digo que no me vengan con huevadas u.u

Pero no todo es comida, tampoco. Lo cierto es que he vuelto de Londres con algo más que varios pares de calcetines a rayas y una casaca de terciopelo a lo húsar (jodío mercado de Camden). Vuelvo también con un recuerdo imborrable en mi corazón. Sólo os diré cuatro palabras:

WE WILL
WE WILL
ROCK YOU!!

No puedo creer que haya tenido la suerte de ver un musical que lleva más de ocho años en cartelera, en uno de los teatros más antiguos del "little Broadway" de Londres. Y además uno con tanto contenido emotivo para mí como We will rock you. Nunca olvidaré el estruendo de más de dos mil pares de zapatos golpeando el suelo y manos aplaudiendo mientras los bohemians atacaban el "We will...", ni el nudo en la garganta durante el "We are the Champions". Por no hablar del espectacular bis con Bohemian Rhapsody. Qué pasada. Ojalá pudiera ver cosas así todos los días...

Y en resumen muy resumido esas fueron mis andanzas por la capital del imperio. Y por eso desaparecí-aunque-no-os-dierais-cuenta XD
Pero no os sintáis desplazados! Os he traído un regalo:


Gustáis?? ^^

(No me miréis así. Puede que sea una fulana borracha, pero si me insultáis me veré obligada a enseñaros mis calzoncillos con la bandera británica. Y no, no será sexy).