miércoles, 30 de julio de 2014

La quinceañera que llevaba un cutter en el bolsillo

En nuestra cultura hay un odio encarnizado hacia las chicas adolescentes, y no lo soporto.

En el imaginario colectivo, una chica adolescente es una criatura ridícula. Gritona, histérica, poser, que se pone a llorar a la primera de cambio y hace cualquier cosa única y exclusivamente para llamar la atención: tener sexo, desnudarse en las redes sociales, autolesionarse. Pareciera que las chicas adolescentes son estúpidas y superficiales e ignorantes, criaturas privadas por completo de creatividad y de buenas ideas, que repiten las cosas que se les enseñan sin cuestionárselas (a menos que hacerlo las haga verse bien), vanidosas y vacuas, gobernadas por una emotividad exacerbada que las hace inútiles para cualquier cosa que no sea gritar por su celebridad favorita o lloriquear por un fracaso amoroso. Pareciera que las chicas adolescentes son el crisol de todo lo patético e inútil. Haced memoria. ¿Cuántas veces habéis visto, en la vida real, en una película, en internet, a alguien deslegitimar la opinión de otro alguien comparándolo con una niñita tonta? ¿O esgrimir que la fanbase de un grupo de música consta de un montón de crías de quince años como el peor insulto que un músico puede recibir? ¿Burlarse de un producto cultural, sea el que sea, porque es para chicas adolescentes y por ende indigno de interés?

Muy bien. Ahora, ¿cuántas veces habéis visto que se haga lo mismo con los chicos de la misma edad?

Exacto.

Los chicos adolescentes aparecen en nuestra cultura como seres de pleno derecho, con pensamientos complejos y deseos dignos de tener en consideración. Se escriben libros y libros, guiones y guiones desde su punto de vista. Pobre quinceañero solitario a quien nadie comprende, con un alma tan pura y tan profundamente desengañado, exponiendo su compleja visión del mundo, sus más profundos anhelos cruelmente ignorados por un mundo demasiado ignorante y estúpido para él. Y tal vez al final de la historia sea premiado por su originalidad con una chica, un personaje que resulta fascinante y atractivo en la medida en que cumple las fantasías del muchacho en cuestión (una manic pixie dream girl), pero que no tiene iniciativa, ni independencia, ni ambiciones aparte de ser su interés romántico. Alguien escribe un libro sobre este adolescente (y dios, la de libros así que me habré pasado por la cara) y los críticos se asombran ante el crudo retrato de la adolescencia y su sufrimiento. Un libro igual con una protagonista femenina, y sólo lo leerán otras chicas de quince años (chicas desesperadas y sedientas por un mínimo de comprensión) porque el resto del mundo se lo sacudirá de encima con un "huevadas de crías". ¿Cuántos libros para chicas has leído tú, lector? Cosa graciosa, a lo largo de mi formación yo he leído decenas y decenas de libros "de chicos". Los académicos los llaman "clásicos de la literatura".

Otra cosa graciosa: durante la redacción de este artículo, el corrector de Chrome ha sustituido una y otra vez "quinceañero" por "quinceañera". Una quinceañera existe y todos lo saben, como hemos visto más arriba. Un quinceañero, por su parte, sólo es un hombre hecho y derecho, pero un poco más bajito. Obviamente Chrome no ha oído hablar de las puestas de largo latinoamericanas.

Podría pasarme toda la noche dando ejemplos, pero ya es suficiente. Sé muy bien que a las chicas adolescentes se las trata como a mierda, porque yo he sido una. Y he crecido rodeada de ellas. Mis amigas fueron adolescentes conmigo. Tengo una hermana que lo fue hace poco y una prima que aún está peleándose con ello. Si eso no es experiencia suficiente, nada lo será. Culturalmente, a las chicas adolescentes se las considera el detrito de la sociedad occidental.

Y yo me cago en eso de una manera bestial.

Realmente, el motivo principal por el que estoy haciendo esto es por la adolescente que fui. Y por todas las chicas que ahora están en la situación en la que estuve yo. Angustiadas y solas, sintiéndose atrapadas en un cuerpo que actúa solo y que sin embargo parece demasiado pequeño para contener todos sus deseos, sus ideas, sus profundas ansias de vivir; y rodeadas de imbéciles que se ríen de ellas a mandíbula batiente, que les ponen la zancadilla y luego se descojonan cuando se caen, que esgrimen su edad y su género como motivo suficiente para no tomar en serio nada de lo que piensan, de lo que dicen, de lo que puto sienten. Imbéciles que se burlan de las cosas que ellas disfrutan, aman y crean, de todas esas cosas que en un chico serían creatividad desbordante y en ellas son porquería. Imbéciles que se masturban mirándolas con una mano mientras las señalan como putas con la otra. Imbéciles que ni siquiera les conceden el derecho a sentir o a ser vulnerables: si quieres jugar en nuestro juego, tendrás que dejar que te escupamos y te pateemos todo lo que nos dé la gana; a la mínima que digas "ay" te vas a rincón a llorar. ¿No querías jugar? Pues come mierda. La adolescente que fui yo se merecía alguien que la defendiera, y no la tuvo. Le debo por lo menos esto.

Amo a la adolescente que fui, y a todas las chicas adolescentes del mundo. Amo su risa y sus lágrimas. Su ansiedad vital, sus crisis existenciales, y sí, su vulnerabilidad emocional. Pero también su infinita curiosidad, sus ideas brillantes, su inmensa, ignorada creatividad. Amo a las adolescentes que escriben poesía mala en una libreta que no enseñarán ni bajo tortura y caminan por la calle con los cascos puestos, escuchando música y sintiendo que se elevan sobre las cabezas de los demás, andando por el aire. A las que se miran al espejo y se sienten partidas por la mitad, entre el odio acérrimo a sus propios cuerpos que la sociedad les ha inculcado y la fascinación ante la belleza que intuyen en ellas, su unicidad, su potencial, sus sueños: un reflejo dividido entre el monstruo que les han dicho que son y la criatura magnífica que sospechan que pueden ser. A las que corren cada día un kilómetro más, las que se miden con el saco de arena, las que regresan a casa oliendo a óleo y aguarrás, las que corren a la casa de sus amigas con la única intención de poner el hombro, las que se rompen el lomo delante de sus deberes, las que se pelan las clases para mirar las nubes, las que sienten que les pican los ojos ante la perfección matemática del universo, y no por eso dejan de tener quince putos años.

Amo su llanto. Sus decepciones. Esa furia que su entorno desestima como rabietas de niñita engreída y que realmente es un monstruo incendiario, magnífico, terrible, inflamado por todos los dioses, capaz de convertirlas en una fuerza transformadora y un motor de cambio, llevándoselo todo por delante. Amo sus cuerpos palpitantes, en flor y un poco locos, esos cuerpos que todos (los chicos de su edad, los viejos verdes que las rondan, los políticos y las multinacionales) reclaman y quieren poseer, pero que son de ellas, de ellas, de ellas y de nadie más; y rezo a la mañana todos los días porque ellas lo sepan, porque no se dejen engañar, porque siempre sepan que son suyas, suyas para siempre, y que nadie se los puede robar.

Amo su pasión. Su risa. Amo su inabarcable entusiasmo, sus saltos de alegría ante un concierto de su grupo favorito, sus ojos húmedos al final de una película, sus manos dando palmas y su mirada brillante ante esos pequeños instantes de felicidad que se merecen más que cualquier otra cosa. Sus abrazos y sus besos. Amo a las quinceañeras obsesionadas, que coleccionan recortes y revistas y juguetes y lo que sea, y se ahogan en el mar de lo que aman con la fe de un creyente. Amo a las quinceañeras frikis que chillan con un capítulo nuevo, con un cómic nuevo, amo el fanart que dibujan, el fanfiction que escriben, amo el slash que tiran a la cara de los pesos pesados de la comunidad geek, que las acusan de fangirls histéricas que lo estropean todo (porque no quieran los dioses que las mujeres tengan deseos que no los satisfagan). Me pondré delante de ellas lo que haga falta, con una espada llameante y un rugido de leona, me dejaré la piel para que sigan creando, inventando, desafiando, cambiando.

Y amo (ay, cómo amo) las cicatrices de sus antebrazos y sus muslos, los lugares donde han sido besadas por el cutter o la navaja o los alfileres, donde un timbrazo de dolor agudo se ha llevado por unos minutos la ansiedad salvaje que les come el estómago. Sí, esas autolesiones que han tenido que oír al imbécil de turno decir "qué estupidez, ¿por qué haces eso? Da un puñetazo en la pared o algo, no hagas eso". Porque él es un HOMBRE y dar puñetazos a la pared hasta reventarse los nudillos es de HOMBRES, pero hundirse un cutter en la piel es de mujeres y de maricones. Amo esos cortes sangrantes de su alma dolida y de su ego estrangulado, y hostiaré a cualquiera que intente hacerlo pasar por un intento de llamar la atención que no se merece dos miradas. Por supuesto que intentan llamar la atención, idiota; tú también lo harías si todo el mundo te ignorara y se burlara de ti. Amo a estas chicas, y besaré con reverencia cada una de sus cicatrices. Porque nadie lo hizo con las mías. Y tal vez, en ese momento, ese respeto que nadie me dio habría bastado para detener la mano que sostenía la navaja.

Las amo, amo tantas cosas. La manera en la que se tragan los rechazos amorosos (porque no tienen friendzone que reclamar, ellas les deben sexo a los chicos, al revés no funciona). Sus desórdenes alimenticios, su ansiedad, sus ataques de pánico, sus depresiones; todas esas enfermedades a las que nadie presta la atención debida porque se consideran de "niñas consentidas que no valoran lo que tienen", qué casualidad. La forma en que han normalizado de tal manera los mensajes acerca de su debilidad, su falta de valor, su estatus secundario, que ya no oyen esos gritos furiosos, y avanzan de cara al huracán sin parar, porque no saben que están heridas, porque confunden el dolor con la vida real.  Su fragilidad y su arrolladora, titánica fortaleza.

Las amo. Las amo desesperadamente porque se lo merecen, porque han sido vejadas y humilladas y ridiculizadas a diario y yo sé mejor que nadie que se merecen amor. Las amo porque yo pasé mis quince años rodeada de compañeros de clase, de profesores y de treintañeros que querían follarme, y de todos recibí el mismo mensaje: nadie va a escucharte, lo que tú quieras no importa, sólo eres material de pajas. Y era MENTIRA.

MENTIRA.

MENTIRA.

Y hago esto por todas las adolescentes ninguneadas del mundo. Y hago esto por la quinceañera que fui, gritona, llorona, histérica a veces, pero que encerraba a una puta diosa dentro. A la adolescente rechoncha a la que los chicos escupían e ignoraban, cachonda y gruñona e inmadura pero merecedora de todo el respeto y el amor del mundo. No puedo regresar a quitarle el cutter de la mano. Pero puedo convertirme en la persona que la hubiera salvado.

María José, si puedes oírme a través de los pliegues de un tiempo que ya ha pasado,
eres una persona maravillosa.
Y te quiero.
Más que a nada.
Te quiero.

domingo, 20 de julio de 2014

Celos

Ni siquiera los golpes te van a quitar esa ira. Tu propio bolígrafo sangra como sangran las palmas de tus manos al clavarles las uñas y como sangran tus dientes al apretar la mandíbula y como sangra tu estómago cuando se aprieta la cólera. Ningún golpe, ningún grito va a curar el ácido en tus venas ni los cuchillos en el fondo de tu garganta. Nada puede salvarte del puño que te estruja la tráquea hasta hacerla llorar. ¿De dónde sale esta energía negra que no se transmite ni se transforma, sólo crece y crece alimentándose a sí misma hasta ulcerarte por entero? Nada puede contener este pútrido vómito de terror. Nada. Y la ira ni siquiera te concederá la gracia de matarte.

Estoy pasando a máquina los poemas de mis antiguas agendas de la universidad (he dejado las del instituto para después porque requieren una criba más meticulosa), y he encontrado esto.
No os preocupéis, todo acabó bien.