domingo, 23 de mayo de 2010

¡Cállate!


Tú.

Tú que crees saberlo todo sobre todos y no tienes ni puta idea. No puedes decirme lo que tengo que hacer.

Tú, que juras hablar con los dioses y no les conoces ni por asomo. Dudo que los dioses se molestaran en hablar con alguien tan arrogante como tú.

Tú, que te has pasado siglos acusándome de ser la serpiente del mal y que ahora juras que me crees incapaz de hacerme un dedo.

Tú que negaste a los matrimonios el derecho a disfrutar de su cama, hasta expulsar al hombre del lecho y arrojarlo a los burdeles mientras la mujer se arrodillaba sobre garbanzos en el confesionario.

Tú, que te callas como un cabrón pero sigues pensando que mi lugar está en la cocina.

Tú que acusas a personas enamoradas de perversas y asquerosas mientras abusas de niños inocentes.

Tú que preconizas el amor por encima de todas las cosas y luego te das el lujo de mandarnos cómo hay que amar y a quién. Tú no sabes nada del amor.

¡Tú! ¡Víbora!

No puedes decirnos quiénes somos ni qué debemos pensar. Mírate debajo de la sotana; tal vez encuentres al Diablo enroscado.

domingo, 16 de mayo de 2010

Hace casi dos años

No sé quién eras. Ha pasado mucho tiempo y sigo sin saberlo. Hay muchas preguntas que me hago. La primera de todas es cómo soporté seis meses de maltrato psicológico, de "tú no tienes ni puta y idea" y de "cuando te deje me follaré a esa", cuando ni siquiera el sexo era bueno, cuando ni siquiera te amaba.

¿Por qué?

¿Quién puñetas eres?

Durante un tiempo creí que eras un monstruo, uno de esos antihéroes sin compasión ni moral que andaban por ahí poniéndose el mundo por montera y viviendo intensamente sin pensar en los demás. Ahora ya no os tengo miedo, porque sé que esas personas no existen. Pero entonces lo creí, y también creí que yo no tenía nada que hacer contra ti, pobre de mí.

Ahora sé que estabas bien jodido y que me estabas obligando a mí a pagar con mi humillación y con mis lágrimas un daño que otra persona te hizo y que fuiste demasiado débil para superar. Ahora sé que otras personas que me putearon en el pasado eran como tú. Ahora ya puedo reírme de vuestro cinismo y de vuestra crueldad, porque no son más que una rabieta de adultos. Y una vez se ve todo lo que hay detrás, pierde el glamour.

Sin embargo, sigo sin saber quién coño eras. ¿Cómo habría de creerte una sola palabra, cuando no parabas de mentir? ¿Cómo habría de saberlo si estabas todo el día metido en el traje de un personaje mezquino y bien vestido que te habías inventado para que nadie te viera? ¿Cómo puedes dormir por las noches?

Ah, cuántas preguntas.

¿De qué demonios tenías miedo y por qué estabas tan furioso? ¿Por qué yo? ¿Sigues jurando que jamás lloras después de haberte visto con los mocos colgando y agarrado a mis rodillas, pidiéndome que no te dejara? ¿Qué vas a hacer cuando tengas cuarenta años y tu padre haya muerto y tus amigos se hayan aburrido de ti y no tengas a otra "guarri" (sé que nos llamabas así) a la que follarte y estés solo, solo, solo?

Nunca lo sabré.

¿Qué coño te pasa? ¿Piensas dejar algún día toda esa mierda atrás o dejarás que te mate? ¿Por qué tuviste que vengarte conmigo? ¿Por qué, por qué, por qué te soporté durante seis meses, por qué lloré cuando te marchaste si no me diste nada y yo lo sabía?

...

¿Por qué, si eras tan listo y tan culto, cuando tenía ganas de hablar siempre le llamaba a él, a él a quien todos creéis un pobre tonto?







Esa es la única respuesta que me sé.


Saben los dioses cuánto necesitaba decirlo.

lunes, 3 de mayo de 2010

Multitud


Éramos demasiados. Éramos demasiados y había demasiado poco espacio, demasiada poca paciencia, demasiado ego. Éramos una manada, éramos un millón de millones, cada uno a lo suyo. Éramos una masa de células egoístas creciendo sin control: un cáncer.

Ya no queríamos ser como "ellos". Aunque no sabíamos quiénes eran ellos. Simplemente no queríamos serlo. Llegamos a pensar que éramos especiales, diferentes y únicos. Que nadie nos entendería jamás, y por ello quien no fuera capaz de comprender nuestra radical singularidad no merecía existir junto a nosotros. Cadáveres hinchados de ego, pudriéndonos en nuestros propios miasmas sin darnos cuenta. Iris Murdoch dijo que a cada uno le gusta el olor de su propia mierda. Pues bien, tenía razón, pero ¿qué importaba esa vieja muerta de Alzheimer? ¿Qué coño sabía ella? No tenía nada que enseñarnos porque no sabía quiénes éramos. Y los demás, oh, los demás sí se iban a enterar de quiénes éramos. Ya iban a ver.

Qué especiales éramos, y qué diferentes, y qué listos. Nadie se había vestido como nosotros, nadie se divertía con lo que nos divertíamos nosotros, a nadie se le habían ocurrido las brillantes ideas nuestras. Pandilla de mocosos o adultos pretendiendo serlo, ególatras, arrogantes, enfermos de anorexia, depresión, ansiedad y soberbia. Teníamos suficiente tiempo libre para sufrir y automutilarnos, para reír sardónicamente y agredir a los demás, y eso era bueno, estaba bien, muy bien, porque así les mostraríamos quiénes éramos, ningún imbécil se quedaría sin saberlo. Ahí estábamos, éramos únicos. Yo, yo, yo.

Y se hizo la multitud de yoes. Y esa multitud invadió lentamente el mundo que habíamos creado, inflándose sin prisa, empujándose unos a otros y estallando peleas por un espacio propio y personal en el que ser uno mismo. Si había que serlo a costa de los demás, se sería. Si hubiéramos prestado atención por la noche, cuando todo dormía, habríamos oído el leve rumor de las costuras a punto de reventar. Pero bah, éramos demasiado especiales. Preocuparnos por eso habría sido traicionarnos: lo único que importaba éramos nosotros, a lo demás le podían dar por culo. Bárbaros. Cerdos. Así continuamos alimentando la histeria, el odio, esa personalidad mórbida. Y pasó lo que tenía que pasar.

Qué era exactamente es algo que no sé. No lo sé, incluso ahora que ya ha pasado. Sólo sé el estallido. La sangre. El fuego. Los gritos que se convirtieron finalmente en lamentos. Y finalmente el silencio. Oh, el silencio.

No sé qué pasó. Sólo sé que todo se fue a la mierda, que pudimos impedirlo, pero fuimos demasiado arrogantes para hacerlo. Y ahora aquí seguimos, solos. Nadie sabe que existimos. Y todo cuanto fuimos da igual, no hay nadie para verlo. Sólo hay silencio.

Dios, cuánto silencio...