martes, 28 de octubre de 2014

El fantasma del mar

Viejo cementerio
cerca del mar;
tumbas costradas de sal.

Bajo el sol blanco,
cruz de metal:
en las arenas vengo a descansar.

Sombras azules,
calor glacial,
a mediodía salen a penar.

Al mar lejano
se oye llorar;
la muerte anda por el palmeral.

Pasos de pulpo,
andar sepulcral,
cementerio, ¿a quién te vas a llevar?

Llanto marinero,
copla de salar:
en la arena los muertos, muertos están.

En los nichos viejos
se pela la cal
y los ahogados no saben cantar.

Ladran los perros
en el arenal,
a mediodía nos vienen a llevar.

Larga y horrible
la mano del mar,
la tumba aguarda a quienes morirán.

Hueso mondo,
agonía solar,
los pasos de los muertos por el terral.

Viejo cementerio
cerca del mar,
sol de plomo y la muerte
vendrá.

miércoles, 15 de octubre de 2014

Irat i tendre, bel·ligerant

Tot canviarà.
Ho canviarem nosaltres:
tot canviarà.
I canviarem amb ell,
siga com siga,
però canviarà
i canviarem:
si callem
haurem perdut.
Sigam fortes,
sigam ingovernables,
correm fins als arrels
del dolor, de la ferida,
d'aquesta sang que han fet rajar
els inics
del nostre futur.
No ens deixarem caure.
Mai, mai caure,
mai callar;
tractaran fins i tot d'arrencar-nos
la llengua de la boca,
la flor del pit;
però tot canviarà.
Nosaltres canviarem.
El crit de les nostres venes
no por ésser silenciat,
l'esclafit de les nostres goles
no el podran robar;
les nostres mans lluiten.
les nostres mans treballen,
les nostres mans brutes
de fang, de suor, de sang
mai s'aturaran,
i nosaltres tampoc.
Els nostres ossos en flames
fonamentaran els passos d'aquells
que encara no han nascut;
quan els nostres noms s'hagen oblidat
encara bategarà la muntanya
que acarona el cel,
el crit dels nostres llavis
serà una torre, una foguera, una abraçada,
un poema en la llibreta d'una xica
que un dia potellarà corones
i estimbarà imperis.
Tot canviarà.
Nosaltres canviarem.
I serà com un ball
        (ja ho deia Vicent)
serà com un ball
ardent de preguntes,
bullent de fúria,
fotut i bell,
l'esperit.
No podran amb nosaltres.
I serem paraules en el temps
i alarit de tabals,
serem tot el que hem de ser
i molt més,
molt més que serem.
Res no pot aturar-nos;
la transformació bombeja
als nostres cors.
Tot canviarà.
Ho canviarem.

En los últimos meses han pasado muchas cosas. He empezado a estudiar de nuevo (y el máster da tanto o más asco que la universidad, qué demonios). He llegado a términos con mi sexualidad. Y además, he afianzado mi amor por los idiomas y he acabado comprendiendo que incluso el hecho de hablar comporta un posicionamiento político y cultural, y de que yo soy parte de ello, me guste o no. Las lenguas son la médula de las civilizaciones, y aunque nunca dejaré de ser extranjera a cierto nivel, extiendo un compromiso (es lo mínimo que puedo hacer) hacia el lugar que ha sido, mal que mal, mi hogar durante tantos años. Valencia se merece que se le hable en su propio idioma.

viernes, 3 de octubre de 2014

Una tetera, dos tazas

Crédito de la fotografía: someotherwhere en deviantArt

-He estado pensando en pasarme al té, ¿sabes? El café no me gusta.
Mireia se volvió desde el aparador con ademán confuso y miró a su amiga, sentada a la mesa de la cocina. El verano de 2008 estaba a punto de comenzar, y el sol entraba a raudales por el tragaluz que daba a la azotea, encendiendo un nimbo blanco sobre el lustroso pelo de Romina. Mireia levantó una mano, como pidiendo tiempo muerto.
-Espera, espera. ¿Desde cuándo tomas tú café, para empezar?
Romina se revolvió incómoda en su asiento.
-Bueno, se acerca el Selectivo y tal… pensé que como había que estudiar tanto, me vendría bien. Como todo el mundo lo hace…
-¿Y qué pasa, tú también querías ser popular? -se burló Mireia.
-¡Tenía curiosidad! -se explicó Romina, ofendida-. Pero creo que va a ser que no. Me he tomado un par de expresos esta semana, pero me dan… bueno, no me sientan bien -balbució.
-Vamos, que te has ido de la pata abajo, ¿no?
-¡Déjame en paz! -exclamó Romina, visiblemente avergonzada. Mireia volvió a su trabajo de buscar vasos en el aparador, aún riéndose.
-Creo que mi madre tenía una cajita de té por alguna parte, si quieres.
Cuando la madre de Mireia entró en la cocina, encontró a las dos adolescentes sentadas a la mesa, bebiendo de dos vasos de duralex en los que infusionaban sendas bolsitas de té barato, aromatizado con vainilla y caramelo. Al contemplar la estampa, se le dibujó en la cara una sonrisa irónica que a Romina le recordó terriblemente a la de Mireia.
-Anda, mira a las dos señoritas de alta alcurnia, bebiendo té.
-¡Está bueno! -exclamó Mireia, encantada. Romina asintió con la cabeza, sonriendo.
-A ver si vuestras notas son igual de buenas.
Mireia le sacó la lengua a la espalda de su madre mientras salía de la cocina, y Romina se atragantó con el té.

Al otoño siguiente, Mireia se dejó caer en la cantina de la facultad donde estudiaba Romina para tomar un té juntas. Romina le había contado que, en el país donde había nacido, había costumbre de tomar té todas las tardes, lo que conllevaba una oferta mucho más amplia y asequible. Mireia tomó un sorbo de su té negro de bolsita y gruñó algo acerca de lo difícil que era tomarse una taza en condiciones en aquel país de cafeinómanos.
-¿Cómo está yendo la carrera?
-Bien. Pero la gente es un poco rancia -bromeó Romina en voz baja-. ¿Y el módulo?
-Bah -dijo Mireia, sin mostrar ninguna emoción fuerte al respecto-. Pero la gente es simpática. Y hay varias chicas guapísimas.
-Vamos, que estás estudiando mucho.
Ambas sorbieron su té en silencio, perdidas en sus recuerdos.

-¿Me la vas a presentar algún día? -preguntó Romina desde la cama de Mireia unos meses más tarde. Mireia, examinando frente a su espejo de pie su aspecto con el conjunto que había elegido, frunció los labios, dudosa. Se arregló los volantes de la falda y los botones de la blusa floreada antes de contestar.
-¿A Sandra? Supongo. Aún es pronto. No me ha dicho nada de conocer a la familia ni nada. No quiero asustarla -se pasó las manos por la magnífica trenza negra que le colgaba sobre un hombro, alisando mechones rebeldes imaginarios. Romina se mordió el labio con envidia-. Bueno, ¿qué pinta tengo?
-De miembro de la Sección Femenina.
-Vete a la mierda -Mireia aderezó el insulto lanzándole una diadema acolchada, aunque sin intención de darle. Romina se agachó y sacó de su mochila un termo de aluminio. Le dio un sorbo melancólico, peleando con toda su alma por no comparar por enésima vez la gracia innata de su amiga con su natural robusto y desgarbado.
-Pero bueno, ¿qué es eso? -inquirió Mireia mientras se calzaba.
-Un termo de té.
-¿Te has comprado un termo? Pero ¿para qué?
-Pues para poder tomar té fuera de casa, ¿para qué si no? -explicó Romina.
-Estás enganchada al dichoso té.
-Qué va.
-Claro que sí -dijo Mireia, sonriendo con malicia-. Siempre has sido un poco compulsiva.
-No es verdad.
-¿Ah, no? ¿Quién se comió seis huevos Kinder cuando estaba en quinto de primaria sólo porque quería tener todos los muñequitos de Pokémon?
-¡¿Y quién se comió los otros seis?! -saltó Romina.
-Mireia -contestó tranquilamente la madre de la susodicha, que pasaba frente a la puerta de la habitación con una cesta de ropa lavada. Las risas de las dos muchachas la acompañaron pasillo arriba hasta el cuarto de la plancha.

En el invierno de 2011, poco después de navidad, Romina recibió una llamada de móvil a las dos de la mañana. A la tarde siguiente salió de la cocina con una tetera en la mano para encontrarse con un bulto lloroso invadiendo su sofá. Sirvió dos tazas de Tie Kuan Yin y se sentó junto al bulto, preparada para escuchar. No era la primera vez.
-Lo siento mucho -susurró Romina.
-Soy una imbécil, tía -se oyó la voz de Mireia desde el fondo del bulto-. Me merezco lo que me pasa.
-Sabes que no -dijo Romina, armándose de paciencia-. Anda, abre la manita.
Con algo de reluctancia, Mireia se enderezó en el sofá y recibió la taza. Bebió con timidez.
-Oh -boqueó, con la voz aún áspera por el llanto-. Qué rico.
Una sonrisa de alivio cruzó la cara morena de Romina.

A las cuatro y media de la madrugada siguiente, Romina se encontró andando por una de las  principales calles de ocio de Valencia, con una borrachera importante y una Mireia semiinconsciente agarrada a su espalda como un koala. Daba gracias en silencio por ser de espinazo fuerte, pero estaba empezando a sudar. Respirar, todo estaba en respirar. Mientras tanto, Mireia balbuceaba.
-La muy cerda nunca movió un dedo por mí. ¡Nunca! En la vida me preguntó cómo estaba ni qué quería. Y no te creas que cogió alguna vez un solo metro para venir a conocer a mis padres. Ni uno. Sólo pensaba en ella. Es una egocéntrica, eso es lo que es -hubo una pausa que duró varios metros. Respirar. Hay que respirar-. Oye, ¿pasa algo si te vomito encima?
-Si me vomitas encima te rajo en canal, ¿me has oído? -gruñó.
-Vale.
Pausa.
-Pfff, ¿no matarías ahora por un vaso de bubble tea?
Romina puso los ojos en blanco, pero tuvo que sonreír a su pesar.
-Sí.
-¿De qué?
-De chai con leche y perlas de tapioca.
-No me gusta la tapioca.
-Pues te jodes. Más para mí -en aquel momento se cruzaron con un animado grupo de universitarios, que observaron con curiosidad a la muchacha de los tacones de aguja que se balanceaba sobre la espalda de una heavy con gafas.
-¡¿Y VOSOTROS QUÉ COÑO MIRÁIS?! -berreó Mireia.
-No le hagáis caso a mi amiga. Está un poco sensible.

En la primavera de 2014, el día de su cumpleaños, Romina recibió un paquete en su habitación del Lucy Cavendish College. Entusiasmada, apartó el portátil y los libros del escritorio donde esbozaba su tesis, y arrancó el papel, revelando un paquete de té ("Esencia de Valencia" rezaba la etiqueta) y una foto enmarcada de Mireia abrazándola el día de su graduación. Sonrió al ver las ridículas sonrisas de ambas, y cómo Mireia se había puesto la beca azul celeste de Romina a modo de peluca. Sobre el cristal había pegado un post-it con una escueta nota manuscrita. "A ver si vuelves pronto. PERRA".
Romina se preparó una taza con la tetera eléctrica de su habitación (glorioso invento aquel) y se tomó un respiro para bebérsela en el alféizar de la ventana, mirando la lluvia caer sobre los oscuros tejados de Cambridge. Allá en casa, en Valencia, los naranjos estarían floreciendo, perfumando la ciudad, y el sol calentaría las calles. Pensó en las mañanas de domingo pasadas en la azotea de Mireia, echadas sobre una toalla, hablando de todo y de nada y recordando trastadas de tiempos pasados, buscándole formas a las nubes que viajaban por el cielo azul. Romina saboreó un sorbo de aquel té Sencha, perfumado a naranjas y flores y sol, y lloró quedamente, acompañando al cielo gris de Inglaterra.

Una noche de 2019, una mujer llamada Cristina entró en la consulta de urgencias de un hospital valenciano con dos vasos de corcho llenos de un té malísimo. Mireia estaba sentada en la camilla, con un brazo entablillado en alto, mientras Romina, sentada a su lado, negaba con la cabeza.
-¿Por qué te has metido en la pelea, Mire? Ya era bastante malo que vinieran a por mí, pero que encima te llevaras tú la peor parte...
-Me importa un pito. No voy a dejar que te traten así, y menos que te levanten la mano. Punto y final. Se van a acordar el resto de su vida de esta noche.
-¿Valía la pena que te dejaras la mano así?
-PIENSO REVENTARME LA OTRA MANO EN LA CARA DEL PRÓXIMO ANORMAL QUE TE LLAME "SUDACA", ¿ME HAS OÍDO?
La médica encargada del caso dio un saltito de susto. Las dos amigas guardaron silencio, cada una absorta en su propio mundo interior, sin reparar en Cristina, que miraba la escena aún sujetando los vasos. Al cabo, Romina carraspeó y habló con voz extraña.
-Oye, ¿sabes que te quiero mucho?
Cristina vio a Mireia sonreír para sí, un ligero rubor coloreándole las mejillas. Luego le dio un golpecito en el brazo a Romina con la mano buena.
-No me seas cursi, tía.
Cristina dio un paso adelante para hacerse notar.
-Les he traído té a las dos heroínas de la noche -anunció, haciéndolas reír.
-Anda que -le comentó Romina, mientras recibía agradecida su vaso-. Menuda pieza te has buscado.
Ambas se miraron y sonrieron, unidas por un sentimiento común.

-Estoy segura de que la mayoría de bebedores de té del mundo pensaría que esto es una aberración -dijo Mireia dudosa, una tarde cálida de abril de 2021.
-¡Qué va, los rusos lo hacen! -replicó Romina con entusiasmo, vertiendo un generoso chorro de ron en las tazas donde humeaba su última reserva de té de navidad.
-¿Los rusos? ¿En serio?
-…bueno, creo.
-Esto va a acabar mal. Lo presiento.
-¡Bebe y calla!
Mireia maldijo en silencio a los rusos, o a quienes carajo fueran, varias horas más tarde, cuando se encontró a sí misma en un bar de drag queens, ataviada con un sombrero ridículo, y Romina gritó a pleno pulmón "¡Eh, que esta es la novia! ¡Se casa el sábado!", atrayendo sobre ellas la atención de todo el enfiestado personal, que pronto las cubría de bromas y purpurina. "Te voy a matar" le dijo Mireia moviendo los labios mientras la arrastraban al escenario. Romina sólo sonrió con malicia y alzó su copa en su dirección en un brindis silencioso.

Varios años más tarde, uno de los mellizos de Mireia y Cristina rompió sin querer la tetera favorita de Mireia, una delicada creación de porcelana floreada que Romina le había traído de Cambridge. Mireia se mordió el puño, Cristina corrió a llevarse al niño antes de que las cosas se pusieran feas, y Romina estuvo riéndose de su amiga el resto de la semana. Una noche, meses después, la pareja salió y dejó a los niños en casa de Romina.
-Mirad -les dijo, mostrándoles la alacena donde guardaba su juego de té-. Estos son los juguetes de la tía Romina. Son muy bonitos y se pueden mirar todo lo que queráis, pero si os pillo tocándolos, os mato, ¿vale? -y les sonrió de oreja a oreja.
Los mellizos, que tenían cuatro años en aquel entonces, se miraron asustados.

Una tarde de otoño de 2038, Luis, uno de los mellizos, apareció en la puerta de Romina con semblante desolado. Ésta lo recibió con una taza bien dulce de Lapsang Souchong en la que deslizó un chorrito de ron, haciéndole prometer al adolescente que no le diría nada a Mireia y a Cris. Se tomaron el té mientras Luis hablaba sin parar, mirando insistentemente el fondo de su taza, como buscando respuestas para su angustia.
-¿Por qué no le has dicho nada a tus madres? -le preguntó Romina al cabo, pasándose la mano por la nuca.
-Porque se reirían de mí.
Romina sonrió con dulzura.
-Ya verás cómo no.

Un domingo de primavera, Romina estaba sentada en una silla de mimbre en la azotea de la casa de Mireia y Cristina, disfrutando del tibio viento de Poniente que jugaba con su pelo gris. Mireia entró con una bandeja de té bien surtida y se sentó a su lado, dejando los bártulos en una mesita.
-¿Cómo fue todo en aquella… ponencia tuya, o lo que fuera?
-¿Las jornadas? Bien. Sólo que un doctorando pomposo que hasta hace dos días tenía que pedir permiso para ir a mear se cachondeó de mí en la cena. Dijo que era extraño que los fósiles fueran estudiados por otros fósiles. Se creía que no lo oiría. El muy cretino.
-¿Le dijiste algo?
-No. Pero no te creas que esto se va a quedar así. Ese mocoso no sabe con quién se ha metido -y Romina frunció el ceño en ademán vengativo.
-Es un niñato estúpido. Olvídate de él.
-¡De eso nada! No he llegado hasta aquí para aguantarle groserías a ese currutaco. Se va a enterar.
-Ay, Romina, siempre fuiste un poco obsesiva -bromeó Mireia con malicia.
-Ya está otra vez la vieja esta -gruñó Romina, con una media sonrisa.
-Eh, ¿quién se bebió un litro de oolong la primera vez que le refutaron una teoría?
-¡¿Y quién se bebió el otro?!
-Mireia -replicó Cristina, que pasaba junto a la puerta de la terraza rumbo al lavabo.

Las risas de las dos mujeres se elevaron hacia el cielo despejado de Valencia.