domingo, 31 de enero de 2010

La amargura vertical


El siguiente post viene con un poco de mala leche. Me excuso de antemano. Creo que son los exámenes.



Soy mujer.

Hasta aquí, nada nuevo. Dos ojos y una media luna, dos pits i una poma, etcétera. Soy mujer y he sido así desde que tengo memoria, aunque se supone que hasta alrededor de los cuatro meses de gestación era un feto asexuado. Una judía flotante sin sexo la mar de feliz, sí sí. Era tan feliz que a mi madre le costó dios y ayuda parirme; me negaba a abandonar mi cálido nidito para cambiarlo por un mundo demasiado frío y ruidoso para mi gusto, así que me atranqué de espaldas contra los estrechos huesos de su pelvis y me anudé el cordón al cuello. La primera amenaza de suicidio intrauterino de la historia. Tuvieron que agujerearle la tripa para sacarme, y a día de hoy no sé cómo me ha perdonado que la hiciera sufrir tal perrería. Fijaos si era un feto feliz que en los días malos me dan ganas de volverme a su útero y flotar...

¿A qué venía esto? Ah, sí. En fin, que mis problemas empezaron en el momento en el que un huevas vestido de verde me despertó de la siesta con una palmada, me metió unos tubos por la nariz y en seguida me encontré recorriendo el espacio dios sabe cómo, muerta de frío y berreando de indignación. Y me encontré con un montón de caras ojerosas (mi madre estuvo más de veinticuatro horas tratando de expulsar por una pelvis estrecha un cráneo demasiado grande para ella... luego dicen que la naturaleza es sabia, hay que joderse) y se oyó la frase fatídica que desde entonces habría de poblar mis pesadillas: "¡Ay, es una mujercita!"

Una mujercita. Mi destino había sido sellado. Ello significaba que a partir de ahora tendría que llevar vestidos cucos con nido de abeja, perforarme las orejas (debo de haberle chillado como una condenada al salvaje que me hizo eso con el beneplácito de mis padres), dejarme el pelo largo, jugar con Barbies, sonreír coquetamente a los vídeos familiares de navidad y ser en general una delicada y encantadora criatura del señor. Eso es lo que se esperaban todos, claro. Lo cual nos lleva al por qué de estas líneas.

El estigma de la feminidad ha pesado siempre sobre mi cabeza, como creo que ya expliqué en otra entrada. Esto es un poco irónico, dado que ni siquiera tengo claro qué significa eso. Cuando era pequeña, mi madre (que siempre ha sido un auténtico modelo de rol sexual y una de esas personas de elegancia intrínseca que se ven bien hagan lo que hagan) me hablaba mucho de la feminidad y me decía que era muy importante. Ser femenina consistía en ser grácil (nada de nadar como un pato o de andar con los pies separados), elegante, bien arreglada, llevar ropa bonita, ser limpia, prolija y mona en todo lo que hacía. En resumen, ser atractiva. Lo de defender mi honor a leches, morder a la gente o ponerse hasta las cejas de barro estaba descartado. Ella siempre criticaba a las "marimachos", así que a los nueve años decidí que me portaría como un tío: me sentaba con las piernas abiertas, masticaba el chicle sin cerrar la boca y me dirigía a ella como "ma", algo que le crispaba los nervios. Ah, mi primer gesto de rebelión. Visto así, cualquiera diría que los hombres, comparados a las mujeres, eran macacos peludos y primitivos cuya mayor diversión era ver el fútbol y aporrearse unos a otros para demostrar su hombría. Sin embargo, si algo he aprendido en mi corta existencia es que si alguien te halaga desmesuradamente mediante el desprecio de otros, hay que sospechar de inmediato. Algo me dice que siempre nos han contado esa mentira para que las mujeres nos sintamos equívocamente orgullosas de ser blandas y remilgadas. Asi es más fácil controlarnos.

En fin, si pudierais verme ahora... el ángel de los ricitos de oro de mamá lleva el pelo rapado, ropa ancha negra y no se depila. Soy un monstruo, vamos. Según el criterio de feminidad antes mencionado, yo no soy femenina para nada. Sin embargo, a pesar de que de espaldas no se me nota, nadie con dos ojos en la cara puede negar que soy una mujer. Las tetas todavía no se me han caído, a pesar de todos los supuestos atropellos que he cometido contra mi feminidad. Sigo siendo un ser humano de sexo femenino. O sea, femenina. Curioso. Creo que, después de todo lo que hemos hablado, queda claro que la belleza (especialmente la artificial), no es para nada la esencia de la feminidad. ¿Qué lo es, entonces?

Bueno, con el tiempo empiezan a surgir otras teorías más interesantes: las mujeres buscan amor, los hombres sexo. Está claro que en ese cuento los hombres son malos malosos, caray. A primera vista es fácil de creer, los medios de comunicación nos bombardean con spots y sitcoms plagados de mujeres románticas enloquecidas por encontrar al hombre de su vida y casarse, mientras "el hombre de su vida" sólo se preocupa por prolongar su adolescencia más allá de los treinta, hincharse a cerveza y mirar escotes a espuertas. Suena a película de terror. Una, en los tiernos años de su primera adolescencia, es ingenua y se lo cree. Pero llega un momento en la vida en el que echas culo, tetas y barriga, te llenas de granos y de pelos en lugares impropios, y descubres espantada que alguien, con muy mala leche, te ha implantado un volcán entre las piernas. Te descubres mirando con lujuria a todo macho que pueda pasarte cerca y masturbándote alegremente a todas horas. Te preguntas qué demonios te ha pasado, y estás en esos trances cuando aparece la primera víctima, te dice que le gustas y le saltas encima con ansia asesina; un ansia tal, que antes de cuatro meses el pobre hombre ha salido huyendo despavorido con el muñeco alicaído y dejándose la virginidad entre tus piernas. Y lloras, por supuesto. Pero viéndolo en retrospectiva, no echas de menos a la persona en sí. Echas de menos el sexo que se llevó para no devolverte. O tal vez yo soy así de borde, pero según lo que he observado en los adolescentes el primer amor (si es fugaz) suele tener más de hormona que de otra cosa, y de eso no se salva nadie.

Dicen que las mujeres tenemos una sexualidad muy compleja. Que necesitamos mimos, velitas, música de fondo, que requerimos que nos digan que nos aman y nos recuerden una y otra vez lo especiales que somos. (Eh, bueno, ¿a quién no le gusta sentirse especial?). Dicen que por eso buscamos amor. Pero los hombres (¡oh pobres, pobres involucionados hombres!) son simples y egoístas y su naturaleza les impulsa a ser infieles. Eso dicen. Ah, y lo de la eyaculación precoz, eso debe de ser un trauma... bueno, o no. Yo me corro en cinco minutos y hasta ahora mi dedo índice no se ha quejado. Juas.

De acuerdo, el paradigma feminidad=amor tampoco funciona, al menos en mi caso (y no voy a ser tan arrogante de pensar que soy única en mi especie). El mundo está lleno de mujeres que utilizan o abandonan a sus semejantes, o que son violentas y maleducadas en una proporción similar a la de hombres, claro que siempre semiocultada por la cultura y la educación de las apariencias que recibimos. Si no me creéis, deberíais conocer a algunas de mis amigas. Aunque no es algo que le desee a nadie.

No hemos nacido para ser buenas esposas y madres amorosas; poseemos el equipamiento, pero hasta ahí llega nuestro compromiso con la genética. Llevamos tantos siglos siendo "las otras", las distantes e inaccesibles bellas, los objetos de deseo, las hembras incomprensibles, que a algunos se les ha olvidado preguntarnos qué nos parece todo eso y nos atribuyen genéricamente características que muchas no tenemos. No digo que esté mal mirarnos el escote (mal que nos pese, es un impulso normal), pero no debería sustituir la mirada a los ojos. No sólo somos hembras.

También somos personas. Seres humanos, individuos, cada uno con sus propias ideas, proyectos, flaquezas y motivaciones, y aquello que tenemos entre las piernas es sólo una pequeñísima parte de todo ese conjunto. Pero nos han educado para ser complementos, no personas completas. Ellos son la humanidad, y nosotras sus zapatos, que van a juego, pero se pueden sacar de una patada en cuanto molestan. Es más, muchos dicen que nos "complementamos" justamente porque somos distintos. Qué curioso que aquellos aspectos en los que las mujeres "complementamos" a los hombres sean justamente los que menos se valoran en el sistema en el que vivimos: compasión, docilidad, prudencia, sensibilidad. Pero eh, no voy a ser malpensada. Tal vez sea casualidad.

Resumiendo, tengo que decir una cosa: chicas, haceos un favor y no os lo creáis. Los hombres no son monstruos, ni niñatos inmaduros, y no se transformarán en grotescos entes violadores si les dais cancha. Si algún hombre es desagradable con vosotras, no lo achaquéis a su género; hay mucha gente repelente en el mundo, pero sólo dos sexos para repartírsela, y generalizar es de tontos. A lo mejor alguna pijilla-sexo-en-nuevayork (no te ofendas, Neko, sabes que no va por ti XD) podría matarme por decir esto, pero me arriesgaré: los hombres son personas como nosotras. Vale, tienen pene, pero eso es un obstáculo que no suele superar los veinte centímetros, estirando mucho la cosa. Y sobre todo, POR VUESTRO BIEN, no os traguéis la descomunal patraña de que sois más racionales, más sensibles, más evolucionadas y más estupendas que ellos. No somos tan especiales, nenas; ya sé que os molaría, pero no. La naturaleza no es tan estúpida. Haceos a la idea ya, coño.

Jeje. Coño.

Eso sí que es femenino a rabiar, ¿veis?

lunes, 25 de enero de 2010

Infidelis



-¿Crees que acabaremos follando?

La pregunta fue certera y ronca como un tiro, y rompió de golpe la fachada de idílica quietud de aquella tarde. Él la había llevado con los ojos vendados hasta ese parque, le había mostrado las vistas de los árboles y del lago, y de las ridículas barcas con forma de cisne que navegaban entre atónitos cisnes verdaderos. Habían charlado reposadamente de asuntos sin sustancia, disfrutando de la calidez de la tarde de julio. Andaban por los senderos de madera, uno al lado del otro, cortésmente, sin tocarse, sin apenas mirarse. Él debió de intuir que todo aquello no era más que pantomima cuando ella, de repente, empezó a cantar. Esa canción.

Su canción.

Y de súbito, esa pregunta.

-¿Crees que acabaremos follando?

Pero en el fondo él lo esperaba, y los dos lo sabían. No habían acudido a la cita, a escondidas de todos y con un rastro de resentimiento en la piel, para charlar y establecer las primeras bases de una amistad. La amistad lo era todo y no era nada para ellos, y lo sabían desde hacía mucho tiempo. Habían acudido al parque esa tarde sin pensar, olvidándolo todo, saltando sin más, aprovechando el vacío moral que existía en ellos desde que se dijeran adiós tiempo atrás. No era tiempo para las culpas ni los reparos. Las vidas que quedaban fuera del parque, ésas eran de mentira. Pero ahí dentro todo era real.

-¿Crees que acabaremos follando?

Y quizá los dos intuían, quizá los dos sentían al unísono la anticipación en el estómago, el latido grave en los oídos, el escozor deseoso que invadía los laterales de la lengua, los dedos y los pezones, a punto de explotar. Ambos olvidaron todo lo demás y fingieron haber olvidado también su pasado, pretendieron ser personas nuevas, limpias, sin complicaciones. Los dos sabían también que una vez dado el paso todo empezaría a rodar irreversiblemente hacia dios sabe dónde, pero no importaba. Nada les importaba, sólo conseguir inclinarse imperceptiblemente para aspirar el aroma del otro, y dejar que ese olor despertara dentro de ellos instintos que creían dormidos con la furia de un campanazo. Estaban perdidos, siempre lo habían estado, y gozosos.

-¿Crees que acabaremos follando?

Él la miró, parpadeando, los enormes ojos pardos, y ella le devolvió fijamente la mirada por primera vez. Una sonrisa jugueteaba en las comisuras de sus labios, queriendo no salir del todo, el cruel deseo de seducción. Las manos, empero, temblaban.

-No me entiendas mal -continuó ella, una vez evaluado el impacto de la pregunta-. Sé que no debería siquiera pensarlo. También sé que mañana tú volverás con Elizabeth y yo con Narcissus, y no volveremos a mencionar esto a nadie, ni siquiera a nosotros. Pero ¿crees que acabaremos follando? ¿Tú qué crees?

Él se acercó peligrosamente, cerniéndose sobre ella, y acercó tanto sus rostros que sus respiraciones se fundieron y ambos se inundaron del olor de la piel del otro, tan sólo a un espasmo de distancia. La situación no sería sostenible por mucho más tiempo. Las manos exigían a gritos el derecho a tocar, la saliva corría, los cuerpos palpitaban. Los labios se entreabrieron ligeramente, sorbiendo con ansia el aliento del otro.

-Yo creo que no lo podemos evitar, y que no podremos evitarlo mientras vivamos. Hasta nuestro último día.

-¿Hasta nuestro último día?

-Ríete si quieres.

-No me río.

-No importa que lo que somos no tenga nombre. Siempre lo seremos. Eso es lo que pienso. Siempre lo seremos.

Ella sonrió ante esas palabras. Tal vez estaban en su cabeza también antes de que nadie las dijera. Se inclinó levemente hasta que sus pechos rozaron el pecho de él y las narices se acariciaron tímidamente. Hubieran dado hasta la última gota de sangre por un roce de sus labios.

-Entonces, toda la tarde es nuestra.

-Y toda la noche también.

-Sólo por hoy.

-¿Sólo por hoy? -él rió con suavidad y su respiración cosquilleó las mejillas de ella-. Si eso es lo que quieres creer.

-¿No me guardas rencor?

-Nunca. Para mí las cosas no han cambiado contigo. Jamás lo han hecho. Nunca cambiarán.

-No hables de eso.

-No lo diré. Pero tú lo sabes. Y algún día lo admitirás.

-No se lo digas a nadie -bromeó.

-Descuida -replicó él, con una sonrisa traviesa. Lentamente, los dedos se buscaron unos a otros y las manos se entrelazaron, girando y trepando, buscando la cintura, la espalda, el pelo. Boca con boca, ella consiguió hablar una última vez.

-Entonces ¿crees que acabaremos follando?

-Yo creo que nos amaremos por toda la eternidad.

Después a las risas se les acabó el aliento. Nadie en el parque vio nada extraño.

sábado, 16 de enero de 2010

La marmita olímpica

La humeante sopera descansó en el centro de la mesa, con el cucharón de plata metido en las entrañas, y rápidamente se llenaron los platos. ¡Soberbia sopa! Flotaban en su superficie las lunas de grasa, y entre las rebanaditas de pan impregnadas de suculento líquido, los menudillos de la gallina, las tiernas yemas de color de ámbar y los negruzcos hígados, que se deshacían al entrar en la boca. Todos comían con apetito, especialmente don Juan, que, a pesar de su sobriedad de avaro, era un tragón terrible al entrar en mesa ajena.
[...]
Rafael, en cuatro cucharadas, se tragó su ración, poniéndose al nivel de los demás cuando salió el cocido, dos fuentes magníficas, que exhalaban un vaho consolador, un tufillo alimenticio que se colaba hasta el fondo del estómago. En la una, las patatas amarillentas, los reventones garbanzos sacando fuera del estuche de piel su carne rojiza, la col, que se deshacía como manteca vegetal, los nabos blancos y tiernos, con su olorcillo amargo; y en la otra fuente las grandes tajadas de ternera, con su complicada filamenta y su brillante jugo; el tocino temblón como gelatina nacarada; la negra morcilla reventando, para asomar sus entrañas al través de la envoltura de tripa; y el escandaloso chorizo, demagogo del cocido, que todo lo pinta de rojo, comunicando al caldo el ardor de un discurso de club.


Adivinadlo. Tengo exámenes y estoy resfriada; con el tiempo que ha estado haciendo, son cocidos como éste, descrito magistralmente por Blasco Ibáñez en "Arroz y Tartana", los que visitan mis sueños más húmedos. Tengo hambre T.T

domingo, 10 de enero de 2010

Deprisa



Deprisa, todo andaba deprisa, avanzar, avanzar y no mirar la sangre a los pies. Oh, cielos.

-Te dije que te olvidaras.

-Tú no eres quién para decirme nada.

-Mierda.

Los hombres azules se derriten en la calle. Qué Mayo más gris, cuarenta años después, qué Mayo más lluvioso. ¿Recuerdas cómo sonaban nuestras ilusiones a los dieciséis años, y cómo sonaban después los nudillos en el hueco de nuestra mandíbula? Crack, inocente inocente. Por cierto, bonito bastón.

-¡Seda! ¡Metal! ¡Euforia!

El libro es para el maestro, la rosa para el amigo. Tú fuiste el único que nunca se acercó a abrazarme por encima de los exámenes a medio corregir: coge tu libro y aprende a callarte. Esta noche me beberé mis propias venas hasta que el mundo me pida besos con los contornos húmedos. Kiss kiss bang bang. ¡Ingrid! ¡Ingrid, aguanta, abrázame, cantemos esa canción tan agridulce! Esa canción que es mitad cerveza con azúcar moreno y mitad “ya-no-más”…

Lo que no es para una, no es para una, ¿me has besado, Empar, o estaba soñando? Anoche yo era un topo en un laberinto de azulejos, y mañana quizá un ave negra del paraíso, pero ¿hoy? Hoy nada, hoy no hay nada, hoy nada para ti. Abren el horno toda la noche, Ingrid, llenemos la resaca de la soledad con crema caliente de chocolate.

-No me llames pequeñaja nunca más. No me toques más. Me duele…

-¡Pues márchate y deja de burlarte de mí!

Silencio. Las dos. No me consueles, Toni, que tus palabras curan de verdad. Corre, siempre corre, corre como en aquel poema que te hizo llorar la última noche. Estúpida. Ingrata. Tendrías que haberte muerto. ¡Muerta! ¡Estás muerta, puta amargada, ahógate en tu jodida balsa verde!
[con ojos de fría plata]
Adiós, adiós… es como si a las olas les costara bajar a romper, así de absurdo. Adiós. Es que no puede ser, Carmen, es que no puede ser. Cógete un taxi y duerme la mona, duerme, duerme, duerme siempre, y sueña que no exististe, sueña que ya no hace daño, sueña que tu corazón ya no pesa.

-Porque a este paso me lo ataré al tobillo y saltaré al mar.

¡Y podré! Y ¿podré? Podre, podre y olvido. Cuando te desenchufen de la matriz no podrás siquiera mover los dedos, es la atrofia. Atrofia de valor, atrofia de fuerza. ¡Corre, Ingrid, corre, abrázame! Mi piel se está ulcerando y mi carne se está fundiendo
-Amorcito no te enfermes
con estas lágrimas tan ácidas. Quién me pusiera un bocado de freno para que lo mordiera hasta sangrar. Mi reino por una sobredosis que me permita descansar. Y un beso por un amigo en quien pueda confiar…

Yo, yo, yo. Mátame ya, así me callaré de una vez. Para siempre. Qué larga se hace la vida de un mortal. Si este es el precio a pagar por la paz, no pienso esperar. ¡Bang!

Error, error. Abrázame una sola vez, mamá, que tienes complejo de ángel. No me digas que es la edad. No me digas no sé qué del tiempo. No me digas nada. Me sangran los dedos en la masa de la tarta, me sangra el alma: entre manjarblanco y chocolate brillan las cerezas. ¿Has oído el siseo? Quémame con ellas.

-¡Galletas!

Más putas que las putas, ¿eh, Ingrid? Avanzar y avanzar…


No me encontraba nada bien pero era el mejor momento. Iba mareada y trastabillando por el borde el agujero, y acabé saltando al vacío. Y el vacío me devolvió al final a donde estaba antes. Pero todo era mejor.

viernes, 1 de enero de 2010

Recuperándose de la muerte



Yo soy inmortal,
no puedo morir.

Algún día mis piernas no correrán más
y se apagará mi voz
y mi aliento cesará para siempre
de ir y venir.
Pero soy inmortal,
aunque mi carne tiene fecha de expiración
y mis huesos son frágiles;
soy pasto de la corrupción,
pero no puedo morir.
Soy tan leve como el aire,
polvo al polvo, cenizas a las cenizas.
No soy nada,
y no quedará huella mía
el día en que mi corazón diga basta.
Sé que todo es vano:
una vez en la tiniebla,
nuestros hinchados egos
no serán más.

Pero soy inmortal.

Porque más allá de mis barreras
la vida sigue existiendo.
La reencarnación y la vida eterna
se quedan cortas
ante el rugido sordo
de la vida que jamás se extingue.
Más allá de las fronteras mezquinas del yo,
donde mi cuerpo ya no importa,
donde mis manos son menos que aire,
mi lengua y todo lo que dijo han muerto,
mi sexo y su crueldad se han disuelto en la nada
y mi consciencia finalmente ya no existe
sólo restan las esferas azules del infinito,
la vibración cósmica de los aros,
la música que dio pie a todo.
La materia oscura y el crujido de una energía
que ni se crea ni se destruye.

Y a pesar de que apenas existo,
Aquello que Vive
ha empujado con una rama diminuta
la gota de barro que por un latido
soy.

Todo cuanto soy morirá,
yo moriré.
Pero no puedo morir.
Soy inmortal.


By the way, felicidades por seguir vivos un año más. Me gustaría deshacerme en buenos deseos, pero aún me dura la cogorza de anoche y ando perjudicada. De modo que os deseo que sigáis puteando al mundo otro año más. Yeha ^^