"En cuanto a la portera, ya hace mucho que ha dejado de asombrarse de que no tenga una 'amiguita'. Y como nunca aparece tampoco ningún 'amiguito', ha llegado simplemente a la conclusión de que yo soy una especie de san José, un pobre hombre. Mucho mejor. Hay verdades que escandalizarían a un espíritu rudimentario como el suyo. A mis amiguitos con el ano helado como la menta, a mis exquisitas amantes con el vientre coloreado de gris, los traigo de noche, en mi viejo Chevrolet, cuando todo duerme, y los despido de la misma manera desde el puente de Sèvres [...]"
"Mi sastre [...] no ha conseguido a la postre dejar de sugerirme un vestuario menos sombrío. 'Pues, por elegante que sea, el negro resulta triste'. Es, por tanto, el color que me conviene, ya que yo también estoy triste. Triste por tener que separarme siempre de los que quiero".
"En el momento en que dejé que se deslizara por el Sena, lancé un grito que oí resonar, como procedente de otro planeta. Me pareció que me arrancaban el corazón, que me arrancaban el sexo.
El Sena había acogido su cuerpo, saturado a lo largo de dos semanas de mi sudor y repleto de mi semen, mi vida, mi muerte, mezclados en Suzanne. En ella entré en el Hades, con ella rodé hasta los légamos oceánicos, me ensortijé en las algas, me petrifiqué en las rocas calizas, circulé por las venas de los corales...
De vuelta a mi casa, me arrojé sobre el lecho, que olía a carroña. Me dormí al instante, brutalmente arrebatado por un sueño mortal, mecido por las mismas olas negras -mare tenebrarum- que mecían a Suzanne, mi amor."
"Jerôme devuelto a la noche, Jerôme devuelto a los abismos, ¿qué corrientes desciendes, barco ebrio?
Y yo no tardaré en caer en la muerte como Narciso en su imagen."
De "El Necrófilo" de Gabrielle Wittkop, la novela más perturbadora y hermosa a un tiempo que he leído jamás. De alguna manera la autora toma una temática destinada a producir rechazo y miedo, y la convierte en una fábula aterradoramente poética, una triste, barroca, desesperada historia de amor. Cada vez que la leo (y lo hago con una constancia inquietante) siento en mi garganta un nudo extraño, y me parece que caigo en un rincón oscuro de mi alma como Lucien en la muerte, como Narciso en su imagen.
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