domingo, 30 de marzo de 2014

Crone


Mamá, aquella vez
levantaste la cabeza
y tragaste casualmente
    -era uno de esos maravillosos momentos
     en que no estabas pensando
     "me van a ver
     van a decir
     qué vergüenza"-
y yo vi
el encaje de tendones
en tu garganta
acariciada por los soles
de cincuenta amados años.
Nunca te he visto tan guapa
como aquel día, mamá,
en que no tenías miedo
ni rechazo
ni prejuicio,
tan sólo ese cuerpo
que parió a estas manos,
tu garganta envejecida
por medio siglo de recuerdos espléndidos.
Ojalá, mamá, lo supieras.
Ojalá pudieras verte con mis ojos.
Ojalá supieras que cada vez
que te ahogas en colágeno y dietas,
cada vez que permites al espejo y a la báscula
que te hagan llorar
cuarteas la superficie luminosa
de tu auténtica belleza,
aquella que tus hijas siempre han conocido
y que jamás dejarán de ver.
Nunca has sido más hermosa
que en ese momento en que has sido
sin miedo a ser,
madre con la piel marcada
con una sabiduría invulnerable
al odio y al desánimo.
Cada año en ti
es hermoso, mamá.
Ojalá lo supieras.

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