
Imagina una bomba tan pequeña que cupiera en una baya, y tan mortífera que pudiera volar entero un país. Y aún quedaran fragmentos de pulpa y gotitas de zumo rojo en el lugar donde estalló el mundo, como un tiro en el pecho de la tierra. El humo granate y el olor a mermelada recorrerían el orbe, recordándonos los siguiente: toda nuestra vida y nuestra muerte están contenidas en un pequeño bocado.
Ojalá fuera así mi vida. Ojalá nuestras pasiones fueran así, y estos paupérrimos desesperos humanos restaran aunque fuera como breve y hermoso rastro vegetal una vez el mundo haya estallado. En una sola gota de saliva, en un huesecillo del oído, en un mínimo cabello duerme el secreto último del principio y el fin.