viernes, 27 de noviembre de 2009

El affaire real



-Profesor:
Vamos allá: la monarquía absoluta de la Edad Moderna. ¿Qué es? ¿Cómo funciona? ¿Qué es lo que le da tanto poder en una época como ésta, llena de rebeliones, tensiones religiosas y temor milenario? ¿Qué mantiene al pueblo unido a su rey?

-Alumnos: ...

-Profesor: Está bien, os pondré un ejemplo más cercano: ¿qué es lo que os mantiene a vosotros unidos a vuestra familia y a vuestras parejas?

-Alumn@ 1: ¿... la seguridad?

-Alumn@ 2: ¿El instinto?

-Alumno@ 3: ¿La conveniencia?

-Alumn@ 4: ¿El dinero?

-Profesor: ...

-Alumnos: ¿?

-Profesor: ¡El amor! ¡Hablo del amor! ¿Pero qué os pasa, degenerados?


Anécdota verídica acaecida durante una de las clases de Historia Moderna del curso pasado, con el inigualable Juan Francisco Pardo, uno de los mejores profesores que he tenido en la facultad hasta ahora. Dudo que lea esto, pero en el caso improbable de que así fuera, Juanfran, te queremos.
Y respecto a lo del amor, sé que suena curioso, pero prosiguió una interesante explicación acerca de las relaciones diplomáticas y de poder de la época que aún recuerdo. Tal vez algún día escriba sobre ella en Coge la pastilla roja, si un día de éstos por fin conseguimos ponerla en marcha XD

martes, 24 de noviembre de 2009

Iron Maiden


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Era la chica más guapa que nadie había visto por ese pueblo nunca. La mujer más hermosa que habían visto, eso era. No sólo tenía rasgos armoniosos, si no que en cada rincón de su ser, en el color de sus ojos, en la forma deliciosa de sus labios, en las curvas de su cuerpo perfecto, en sus andares, se escondía el secreto de aquello que los mortales llamaban belleza. Decenas de ojos la seguían por la calle cuando paseaba y sus admiradores paladeaban su nombre como si de una golosina se tratase. Ya había rechazado a unos cuantos. Todos creían que era la típica belleza frívola y cruel, empeñada en romper los corazones de los hombres. Pero nadie se había molestado en hablar con ella.

Por las noches, cuando el pueblo dormía, la mujer hermosa se enfundaba los guantes y el delantal de cuero, y trabajaba el metal con ahínco. Batía con el martillo las piezas incandescentes una a una, las enfriaba, las moldeaba, las acoplaba unas a otras. No fabricaba joyas con que adornarse: su casa estaba llena de objetos fantásticos, algunos delicados, otros grotescos, creados por ella. Nunca era tan feliz como cuando golpeaba una y otra vez contra el yunque, empapada de sudor y manchada de hollín, el brazo tenso, los dientes apretados. Sentía el gozo de crear la belleza como un regalo de los dioses. Y se preguntaba por qué, a cambio, la habían castigado con un cuerpo tan bonito.

Porque nadie sabía nada de ella. Incluso aquellos jóvenes que deliraban de amor bajo su ventana y que lloraban amargamente su rechazo, llamándola ninfa, furia, arpía, sabían de sus anhelos, de sus ideas, de qué la hacía feliz. Ni siquiera conocían la existencia de su ejército de maravillas y espantos de acero, con los que ella jugaba por las noches, ebria de soledad. Nadie veía más allá de su cara preciosa y de su refulgente carne. Para ellos era sólo una mujer hermosa, nada más les parecía importante de ella. Y la chica más guapa que nadie había visto lloraba a pulmón partido cuando le daban la espalda, odiando su maldita suerte, la criatura más sola del mundo.

Un día, uno de sus pretendientes, herido en el orgullo al ser rechazado por enésima vez, le espetó a la cara lo que nadie se había atrevido a decirle. “Demasiado guapa”, masculló lleno de rencor. “Lo tienes todo y crees que te mereces algo mejor que alguien vulgar como yo”. Y algo dentro de ella se quebró. Con un aullido de ira, les escupió en las mejillas y lo apartó de un empujón con una fuerza que el muchacho no se esperaba de una chica tan bonita. Entró en su casa al galope y echó el cerrojo, los ojos llorando de cólera. Cruzó los pasillos repartiendo patadas a diestro y siniestro, desbaratando la perfecta armonía de sus amigos metálicos, dispuesta a acabar con todo de una vez. Entró en el taller y sin calzarse los guantes ni el delantal encendió la fragua y colocó la pieza en la que había estado trabajando la noche anterior. A cada martillazo, chispas y ardientes esquirlas salpicaban su delicada piel, marcándola para siempre y provocándole un exquisito dolor, pero no se detuvo; en su rostro bañando en sudor se veía una salvaje expresión de triunfo. Cuando consideró que la pieza estaba lista, la dejó enfriar en un barril con agua y echó mano de unas tijeras con mango de marfil que estaban al rojo vivo en la fragua.

En el tocador se asomó al espejo y miró su cara. Aun bañada de sudor y enmarcada por una melena de loca, seguía siendo preciosa. La mujer más bella del mundo. Escupió a su propio reflejo, odiándolo como jamás había odiado ser vivo. Y después, sin mediar gesto, se metió las tijeras abiertas en la boca y se rajó la mejilla hasta el pómulo. Gritó, y acto seguido aplicó el metal aún ardiendo sobre su ojo y pómulo derechos, dejando un alargado valle de carne chamuscada. Tardó algo más de lo esperado, y al separar las tijeras algunos fragmentos de carne adherida al metal al rojo se desprendieron, dejando caer un reguero de sangre sobre su regazo. El párpado quedó entero, pero irreversiblemente apergaminado, como la piel de un pescado al palo. La ex mujer más hermosa del mundo sonrió al espejo con su nueva sonrisa, enseñando los dientes tintos en sangre. Se levantó trastabillando y volvió al taller. En el barril aún estaba la piececilla que acababa de terminar, ya fría; la cogió amorosamente y la llevó al banco de trabajo, donde la ensambló con cuidado en el artefacto al que estaba destinada. Una mano izquierda mecánica, exquisitamente planeada sobre un sistema de muelles y bielas, lista para moverse, como el primer ser de barro esperando a que un dios lo tocara para infundirle vida. Puso su mano verdadera junto al ingenio mecánico. Estaba segura de que funcionaría, ya la había probado. Sólo necesitaría hacer las ligaduras necesarias, y sabía hacerlas.

Del cesto de las herramientas grandes cogió el hacha más pesada y se dirigió al yunque. Cualquiera que, impotente, la hubiese contemplado entonces, habría visto un monstruo pavoroso, embadurnado de hollín, sudor, babas y sangre, surgiendo de entre las llamas del infierno con un arma de espanto en ristre y mostrando su hórrida dentadura. Habría asegurado, traumatizado para siempre, que el brillo en sus ojos era maldad pura.

Pero eran lágrimas de felicidad. Cayeron sobre su muñeca izquierda antes de que bajara el hacha.


El pueblo en pleno tardó toda una generación en sobreponerse a la desgracia. ¿Por qué, se preguntaban, los dioses habrían dado vida a una criatura tan perfecta para luego arrebatarle todos sus dones? Pobre, pobrecita niña tan linda, qué había pasado, qué le habían hecho… nadie se atrevió a preguntárselo. Pronto descubrieron que en realidad pocos hablaban con ella, aparte de las frases de cortesía o los halagos apasionados de sus enamorados. Si alguien sintió vergüenza al darse cuenta, no lo demostró. Y la vida en el pueblo, a pesar del horror colectivo, siguió.

Desde entonces, los recién llegados siempre se detenían a observar disimuladamente a la mujer de la cara desfigurada que empujaba su carrito, lleno de juguetes y artículos de metal, dando vueltas por el pueblo y sus alrededores. A pesar del temor de los niños y de la repugnancia encubierta de los adultos, siempre acababa acercándosele alguien a comprar una cuchara, una sierra, o tal vez una flor modelada delicadamente en hojalata, y en seguida surgía la conversación. Y el visitante descubría su voz profunda y cálida, su sonrisa torcida, su sentido del humor, con una broma siempre a flor de labios. A veces, para divertir a un niño reacio, modelaba en el momento algún animalito con alambre, moviendo diestramente sus dos manos, la orgánica y la mecánica. La mujer monstruosa se ganaba en seguida a cualquiera. Al alejarse, los recién llegados se encontraban con los murmullos de la gente del pueblo y las antiguas fotos. “Era más guapa, guapísima, pobrecita…” Y los visitantes convenían en que era una lástima. Sin embargo, nuevamente nadie le preguntaba su opinión.

Porque la muchacha mutilada, cuando andaba los caminos con su cargamento de ingenios, el pelo acariciado por el viento, y regalaba parte de su creación a quienes la necesitaban, era más feliz de lo que pensó que jamás sería. Había nacido para dar belleza al mundo y por fin se le permitía hacerlo. Nunca se había sentido tan hermosa.

miércoles, 18 de noviembre de 2009

Ça mousse (Superbus)


J'entre à pieds-joints dans mon bain de pensées,
j'ai pris le temps de mouiller mon savon parfumé;
je laisse laisse aller mon dos dans l'eau douce,
un peu de couleur salée aller dans la mousse.

Les bulles de savon se trémoussent,
les boules de citron m'éclaboussent,
je laisse laisse aller mon dos dans l'eau douce,
un peu de parfum moussant aller dans ma bouche.

Ça mousse, mousse,
entre toi et moi,
j'ai la peau douce, douce,
comme de la soie;
ça mousse, mousse,
entre toi et moi,
ça m'éclabousse, -bousse
comme de la soie.

J'entre à pieds-joints dans mon eau parfumée,
j'ai pris le temps de me mouiller pour ne pas me noyer,
je laisse, laisse aller ma tête à l'envers,
un peu de couleur salée aller dans la mer.

Les bulles de savon restent en l'air,
les boules de citron m'exaspérent;
je laisse laisse aller mon dos dans l'eau douce,
un peu de parfum moussant aller dans ma bouche.

Ça mousse, mousse
entre toi et moi,
j'ai la peu douce, douce
comme de la soie;
ça mousse, mousse,
entre toi et moi,
ça m'éclabousse, -bousse
comme de la soie...


Quién lo diría. Uno encuentra un grupito de poprock normalillo en el Guitar Hero y resulta ser algo más que eso. Me recuerda un poco a Ivy, sólo que en francés. Como no tengo el vídeo en el ordenador, de momento no puedo incrustarlo, pero en YouTube hay varias canciones con videoclip o letras, entre las que os recomiendo "Radio Song", "Lola" y "Lova Lova".

Por cierto, no suelo colgar las traducciones directamente en la entrada porque me parece un tanto malaspectoso, pero si os interesa la pasaré en algún comentario, así que decídmelo.

Je laisse, laisse aller...

domingo, 15 de noviembre de 2009

Lo más olvidado del olvido


Sé mucho de ti, aunque nunca nos hemos conocido y aunque tú no sepas quién soy. Sé de ti más de lo que sabría incluso de un compañero de clase con el que no hablara mucho, o de alguno de mis vecinos. Sé cosas que tú nunca me habrías contado y que ahora no puedo olvidar.

Sé que te llamas Lidia y que te tiñes el pelo de negro. Sé que tienes veintipocos y que lo más probable es que no hayas hecho el bachillerato y que a lo mejor ni siquiera has terminado el colegio. Sé que tienes un bolso grande y blanco y un chaleco de plumas dorado y que a partir de esta tarde no tienes móvil. Sé que a tu novio le llaman Perico, que lleva el pelo rapado y que va al gimnasio, y que es mucho más alto y más fuerte que tú.

Sé que tienes una hija y que ayer tu madre la estaba cuidando. Sé que no es de Perico. Sé que él te quiso quitar el móvil porque no soportaba que tus amigos te hicieran perdidas y te mandaran mensajes, y que tú te ocuparas de ellos más que de él. Sé que hoy os habéis peleado por eso y que él ha roto tu móvil delante de tus ojos. Sé que te ha gritado y te ha dicho puta de mierda a un centímetro de tu nariz. Sé que te ha amenazado con reventarte la cabeza y dejarte tirada donde estabas. Lo que no sé es si es tan cobarde como para no cumplirlo o aún más cobarde como para hacerlo.

Sé que hace tres días que debería haberte venido la regla y que no usas anticonceptivos cuando te acuestas con Perico. Sé que lo más probable es que estés embarazada. También sé que no quieres tenerlo, y que sin embargo lo tendrás. Sé que quieres que Perico te deje en paz y que sin embargo cuando has intentado marcharte, llorando, él te ha agarrado por la ropa, por el bolso y por los brazos para no dejarte ir. Sé que te ha abrazado a la fuerza cuando tú ya estabas harta de pelearte y que luego habéis aparecido de la mano delante de vuestros amigos, como si nada. Sé que esto va a acabar mal, pero no puedo decírtelo.

Sé todo eso y no puedo olvidarlo. Sé que nunca olvidaré tu voz llorando y la de él amenazándote. Sé que si no eres estúpida, te has portado como una. Sé que esto es una mierda.

Pienso en todo lo que sé de relaciones destructivas y de vidas vacías y pienso que lo tuyo ya no es eso, es directamente la leche. Pienso en que podrías estar en la universidad o estudiando un módulo o trabajando en algo que te gustara y que podrías estar contenta con tu vida si no hubieras sido tan sumamente imbécil de hacerte madre antes de saber siquiera qué te conviene y qué no. Pienso en tu hija y en su futuro hermanito y siento una lástima inmensa por unos niños que no tienen la culpa de la inmadurez de sus padres y que sin embargo van a pagarla. Pienso en el aborto y me acuerdo de por qué pienso que a veces es una opción piadosa. Pienso que el engendro que llamas novio se merece que le dejes tirado. También pienso en lo que podría hacerte si lo hicieras, y me aterro.

Y hoy estoy jodida, Lidia, porque me has hecho tener ganas de llorar. Porque siento pena por ti y deseo que hubieras tenido una vida mejor. Pero sé que no puedo hacer nada. Y ahora siento que nada de lo que tengo vale, que no importa este asqueroso blog o mis ridículos poemitas, que importan un carajo los libros de mi estantería y la música de mi iPod y mi familia y mis amigos y mi pareja, que mi vida y toda su ridícula pretensión son vomitivas, que todo da igual porque tengo que seguir viviendo en un mundo en el que gente no tan distinta a mí vive unas vidas tan desgraciadas y yo no puedo arreglarlo.

Ahora quisiera rezar y tener fe suficiente para pensar que hay alguna clase de dios y que él lo arreglará si lo deseo de verdad. Sé que no es posible, pero siento que si pierdo la esperanza en que las cosas pueden ser mejores, de alguna forma, de cualquier forma, me moriré como una egoísta. Y repito una y otra vez las oraciones que me enseñaron en mi infancia, sin esperar que me oiga nadie, sólo deseando que la cadencia de su mantra me calme un poco la patada en el culo que tengo en el alma.

Pero hoy, Lidia, ¿sabes?, eso no me funciona.

viernes, 6 de noviembre de 2009

Hiver

Ya es invierno cerrado;
han podado los árboles.
Y han dejado en el suelo
los troncos decapitados;
su resina oscura
parecía sangre.
Se llevaron la maleza
y dejaron desnudo el aire,
todo es luz que decae
dormida.
El mundo hiberna,
pero no nos dejan descansar.
Hace frío.
La niebla
nos cala los huesos
como leche helada.
Se han llevado la maleza
ensangrentada.
He encontrado esto en mi agenda de segundo de bachillerato y la verdad es que va bastante bien con la estación. Hace mucho tiempo que no escribo poesía. Este verano, en un camping de Gandía, perdí una libreta con decenas de poemas, de los mejores que tenía. No sé qué pasó con ella. Solía llevarla siempre encima para no perder la inspiración, y perdí algo mucho peor. Perdí a mi hijo. Desde entonces no puedo escribir poesía. Sería una traición para todas aquellas que nunca más existirán.
Y aunque suene estúpido no puedo explicar cuánto me duele.