Madre Orca era la reina de los mares.
Madre Orca era más vieja que la tierra, y desde luego tan vieja como las aguas; de dónde vino, nadie era lo suficientemente anciana como para saberlo. Quizá los dioses la pusieron en el océano para que guardara eternamente su alma. Quizá nació al mismo tiempo que el mar, su existencia ligada indefectiblemente al azul de las profundidades. Madre Orca era, desde siempre, reina de los mares. Y durante siglos había nadado, y hasta el fin del mundo nadaría, millas eternas de agua oscura, un fantasma de sombra y luz danzando entre las olas: Madre Orca, guardiana del océano, titánide del poder. Madre de todos los mares.
Madre Orca era una vieja guerrera, y su reluciente cuerpo blanquinegro estaba cruzado, como un mapa, por cicatrices de antiguas batallas; guardaba el recuerdo del sabor de la sangre y el alarido de sus enemigos, y en su enorme corazón el fuego de la libertad y el inabarcable amor del mar.
A Madre Orca le quitaron a sus hijos. Los hombres vinieron, con sus barcos como cuchillos, intrusos, intrusos, y se llevaron a sus hijos. Los hombres vinieron, con sus redes y sus arpones, y arrancaron del agua a los cachorros del mar. El bien mayor, lo llamaron; un futuro mejor, una oportunidad de saber. Títeres. Mascotas. Muertes lentas a la deriva en piscinas de miseria, endogamia y circo. A Madre Orca le quitaron a sus hijos. Y Madre Orca nunca olvidó, y nunca perdonó.
Madre Orca juró venganza, y su alarido perforador se oyó resonar a través de todos y cada uno de los mares y océanos del mundo, y llegó hasta las magras islas que los hombres llaman Tierra. Pues no es más que su inherente arrogancia lo que impulsa a esas criaturas a llamar tierra a un mundo cubierto casi por completo de agua. Agua oscura, el dominio de Madre Orca. Y hasta la tierra llegó su rugido de dolor y de odio, y resonó en sus pesadillas, e hizo sangrar sus tímpanos. Los hombres se llevaron a los hijos de Madre Orca. Los hombres lo pagarían con su carne.
Y lo pagaron. La luna, compañera del mar, iluminó con su frío resplandor las tripas que flotaban entre las olas; Madre Orca nadaba negligente, herida y orgullosa, sus hijos vengados, pero jamás devueltos al mar. Aquellos a quienes la Tierra roba ya jamás regresan. Y Madre Orca lloraría eternamente lágrimas de aceite por sus hijos robados, por el mar huérfano, por la crueldad de los hombres; y en las noches azules bajo la luna saltaría sobre las aguas como un ángel de los mares, duelo y poder, la fuerza primigenia que arrebató las vidas de quienes la hirieron y las entregó en sacrificio al océano. ¿Qué es el rojo de una sangre frente al azul inmenso del mar?
Madre Orca era la reina de los mares. Emperatriz de luto, augusta y terrible; diosa de las profundidades, guardiana de las olas. Madre Orca aún guarda las aguas, velando porque nunca más vengan los hombres a robarse a los hijos del mar.
En noches como ésta se la oye cantar su epopeya de poder y gemido.
Madre Orca, reina de los mares.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario