martes, 9 de septiembre de 2014

Camino a casa


Me pesan los ojos
pero me patea el corazón:
parece que fuera a reventar
como un bolígrafo en un cambio de presión.
Algún día me volará el pecho
y dejará una mancha de tinta
como un lirio.
Qué dicotomía tan histérica;
ya no sé si podría entenderme sin ella.
Qué pena de mí.
Qué gracia.
Cuantísima energía,
cuánto agotamiento,
no sé qué hacer con ellos.
A las cuatro de la mañana soy invencible,
a las cuatro de la tarde me estoy muriendo.
Qué le voy a hacer.
Es el único vicio que tengo.
Tengo que parar.
Majo, tienes que parar.
Porque el mundo sigue
y a ti la ansiedad te tira de los pies
y no sabes qué vas a hacer
contigo.
         [Aquí es donde canto:
          "¡Quita esos ojos húmedos
          de los míos sonrientes!;
          te creía más
          hace un segundo"].
Oh, por dios.
Tienes veinticuatro años,
coño.
En vez de tuntuntún
mi corazón hace lalalá.
Quién iba a decir que al final
acabaría peleándome conmigo misma
(de nuevo),
sólo que esta vez es en serio
porque ya no hay años para pensárselo,
sólo un vasto
y profundo desconcierto.
¿Qué va a ser de mí?
A saber.

Habrá que intentarlo.

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