No sé si alguien seguirá aún este blog; lleva abandonado más de dos años, así que no culpo a nadie por haberse largado. Es lógico.
Lo cierto es que el período de vacío desde mis últimas entradas hasta hoy coincidió con una de las peores épocas de mi vida. Cliché, lo sé, pero todo el mundo sufre al menos una vez en la vida. Mucho ha cambiado entremedias. La muchacha que abrió una cuenta en Blogger era una universitaria de diecinueve años con la luna en los ojos y un futuro misterioso frente a ella. Qué había en él, que me aspen si entonces lo sabía, pero eso no le impediría saltar a él con la cabeza por delante.
Casi una década ha transcurrido desde ese primer post. Nos hacemos mayores.
Ésta es la última entrada que escribo. El tiempo de divagar, de subir poemas sin corregir y de desgañitarme donde nadie me oiría ya ha terminado. Mi vida y mi trabajo son diferentes ahora, porque yo soy diferente. Y el mundo en el que vivo es diferente también. Ahora sé que puedo construir cosas, si las deseo. También sé que las palabras han de medirse y los esfuerzos dosificarse, y un sinfín de cosas más.
La estudiante de Historia que escribía para no morirse de asco en clase ahora es profesora, y quiere ser escritora de verdad. Aunque sea humildemente. Aunque sea en los agujeros que dejan las horas de su trabajo precario. Aunque sea de vez en cuando. Aunque sea para no morirse de miedo.
La jovencita enrabietada que gritaba ¡NO! a la primera de cambio y tenía la terrible sospecha de que el mundo estaba podrido bajo sus pies ahora es una mujer con ansiedad que sigue furiosa pero ha aprendido a callarse mientras cierra los puños y se prepara para las hostias. Y esta vez la van a oír.
He crecido, y es la cosa más aterradora y dolorosa y maravillosa del mundo.
Ésta es la última entrada que escribo.
Mi blog profesional está aquí.
Y mi espacio personal, aquí.
Buenas noches, María José de 2009. Conseguimos vivir.
martes, 9 de enero de 2018
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