domingo, 22 de abril de 2012
Carta de amor
A ti, amor de mi vida, te debo lo que soy.
Tú has sido siempre la única constante en un mundo de cambios y el cambio siempre fecundo en el mundo más estéril. Tú has sido mi recuerdo más antiguo, mi maestro, mi amigo, el rumor interminable de las olas en la noche. Aun cuando no conocía las palabras para entenderte, fuiste lo último que veía antes de dormir, el primero a mi lado al despertarme. Tú, siempre tú, tomando mi mano curiosa y lanzándome a los cielos en busca de alas y de sueños. Tú, siempre tú, nadie como tú.
No hay nada ni nadie en este mundo a quien pueda amar más que a ti, pues tú lo eres todo: el fragor de las guerras y la luna sobre los campos, el aguijón de las lágrimas, el dolor de la vida que pasa y una interminable caravana de belleza y risas. Tú, amor mío, eres el intenso abismo del mar, el cielo estrellado de secretos, cada palabra sobre los labios de cada humano en esta tierra que me has regalado. El mundo no sería el mismo sin ti; sin ti el mundo sería un remedo del mundo, una añoranza seca de aquello que podría haber sido, un árbol sin hojas que voltear.
Mi corazón, amado, te pertenece, pues está deshojado en las páginas de tu historia, late en la tinta de tus amaneceres. La mujer que soy ha crecido al amparo de tus palabras: tú me enseñaste que dentro de mí había mucho más de lo que creía, me enseñaste a luchar, a cantar, a entender. Por ti he sido una guerrera corriendo con la espada en ristre contra la sinrazón y la desidia; por ti he sido druidesa abriendo las brumas del Otromundo, doncella despechada llorando bajo las primeras nieves, madre nutricia con los pechos preñados de papel blanco, planta voraz y mar embravecido, artista maldita, huracán, torbellino. Por ti he sido todo cuanto puedo llegar a ser y por ti cada día se abren mil puertas nuevas en la línea del horizonte. Sobre tus hombros he atisbado por encima de la alambrada gris y he visto un universo de gloria infinita.
Tú, mi amor, eres el amigo que jamás traiciona, el maestro que no castiga, eres el corazón abierto en hojas de luz del que se desprende todo cuanto ha existido. Robaré todas las horas de mi sueño y de mis notas si con ello puedo atravesar las noches contigo, tu aliento legendario en mis labios y tus manos pálidas aferrando las mías, mi corazón latiendo al ritmo que tú le marques. De todos los amores de mi vida eres tú quien sé que siempre estará allí donde yo vuelva la mirada, al alcance de mis dedos y en los filos de mi alma; tú eres, innúmero tesoro, el único amante al que no rogaré que se quede. Sé que tú nunca te irás.
Tú, la risa, la rosa, la sangre y la vida; tú, el horror, la palabra, el algoritmo y la estrella; tú, el philum, la corona, la campana y la miseria. Tú, mi flor más amada. Tú eres el núcleo de todo lo que puede ser; tú eres la razón por la que el mundo es. Te debo tanto, amor mío. He nacido en ti.
Te quiero.
Feliz 23 de abril.
domingo, 8 de abril de 2012
En la cafetería de Mae
A su lado, hombrecillos panzones con trajes claros y sombreros panamá; hombres limpios, rosados, de ojos confusos y preocupados, ojos inquietos. Preocupados porque las fórmulas no dan resultado; ansiosos de seguridad y, sin embargo, sintiendo que ésta está desapareciendo de la tierra. En sus solapas, insignias de lugares donde se alojan y de clubs, sitios donde pueden ir y, mediante la suma de un número de hombrecillos preocupados, asegurarse a sí mismos de que los negocios son algo noble y no el curioso robo ritual que saben que es; que los hombres de negocios son inteligentes a pesar de las pruebas patentes de su estupidez; que son amables y caritativos a pesar de los principios por los que se rigen los negocios rentables; que sus vidas son ricas en lugar de las aburridas y sosas rutinas que conocen; y que llegará el tiempo en que dejarán de tener miedo.
En "Las uvas de la ira", de John Steinbeck.
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